jueves, 19 de junio de 2014

Unidad 23 - Perseo

Acrisio, rey de la Argólida, se puso muy contento cuándo su mujer dio a luz una niña llamada Dánae y fue a un oráculo para conocer su futuro. El oráculo le predijo que moriría a manos de su nieto y para evitarlo, Acrisio decidió que su hija no se casaría. Cuando creció, la encerró en una torre de bronce, vigilada por guardias. Las precauciones del rey fueron muy eficaces para los hombres, pero no para los dioses.
Una noche Zeus, en forma de lluvia de oro, fue en secreto a hacerle una visita. Lo único que encontraron los guardias fue un insólito rayo de luna sobre la torre, y el viento que soplaba más fuerte entre los árboles. Fue así como Dánae tuvo un hijo llamado Perseo.
Acrisio estaba furioso, acordándose del oráculo. Llamó a su hija y le dijo: "Me has engañado y tienes que irte". A lo que ella le respondió: "El niño no tiene la culpa de haber nacido; échame de casa si quieres, pero deja a Perseo donde pueda ser criado". Acrisio no respondió, estaba conmovido, pero no tenía elección y ordenó a sus criados que su hija y el niño fueran llevados al mar, encerrados en un arca de madera y dejados a la deriva. Si agua y alimento no podrían sobrevivir. Pero el arca fue llevada por las olas a la isla de Serifos, donde Dictis, hermano del rey de la isla, Polidectes, los acogió.
Perseo fue creciendo y solo una cosa le hacía infeliz: El rey Polidectes quería casarse con su madre pero esta no lo deseaba, y el joven se puso de su parte. Polidectes pensó en librarse de Perseo para convencer después a la madre con más facilidad:
"Tengo que contarte una cosa -dijo Polidectes con expresión amistosa. Los jóvenes deben demostrar su virilidad. La gente murmura que pasas demasiado tiempo con tu madre entre mujeres y que no eres muy valiente".
"Si murmurasen eso, dime qué tengo que hacer -dijo Perseo sabiendo que aquello no era verdad".
"Si matases a Medusa y trajeses su cabeza, demostrarás que nada te asusta - contestó Polidectes".
Al oír esto, Perseo comprendió el peligro. La Medusa era un monstruo que habitaba en el extremo norte con garras y colmillos de león y con la cabeza llena de serpientes venenosas. Quien la miraba al rostro quedaba petrificado. Pero Perseo no podía rechazar el desafío:
"Iré y te traeré la cabeza del monstruo -dijo el valiente muchacho".
Zeus los estaba observando desde lo alto y, orgulloso de su hijo, dijo a los otros dioses que lo ayudasen. Hades le regaló un yelmo que lo hacía invisible y, Hermes unas sandalias aladas para caminar veloz; pero el mejor regalo fue el de Atenea, que le dio un escudo tan bruñido que parecía un espejo, y le dijo:
"Al llegar, mira a la Medusa reflejada en el escudo, porque si la miras directamente te convertirás en piedra".
La Medusa vivía en el extremo norte, donde el sol salía y se ponía una vez al año. Perseo se puso las sandalias aladas de Hermes y, al llegar, se armó de una hoz afilada y se acercó a la guarida de la Medusa. Tomó el escudo y empezó a andar hacia atrás, de forma que las imágenes que se reflejaban en el escudo le servían de guía. Avanzó con cautela pero tropezó en una piedra y la Medusa se despertó. En la superficie del escudo vio Perseo al monstruo en todo su peligro: La boca desmesuradamente abierta, los ojos llameantes... Se detuvo y, también la Medusa pareció detenerse unos instantes, maravillada de que el hombre que estaba ante ella no se hubiera transformado en piedra. Luego comenzó a moverse, mientras las serpientes de su cabeza despedían horrendos silbidos. Perseo esperó hasta que notó el calor de la respiración del monstruo en su hombro. El escudo reflejaba la boca con sus enormes dientes. Fija su mirada siempre en el escudo, asestó un tajo con todas sus fuerzas. Se oyó un grito sobrehumano y todo volvió a quedar inmóvil. También Perseo quedó inmóvil pues la Medusa conservaba el poder de petrificar incluso después de muerta. El horrible monstruo yacía con la cabeza separada del cuerpo y de la Medusa había nacido el caballo alado Pegaso y un monstruo, Criasor, hijos ambos de un amor anterior de la Medusa con Posidón.
Guardó la cabeza de la Medusa en una alforja y se la echó al hombro, dispuesto para el viaje de regreso. Para atravesar el mar se puso otra vez las sandalias aladas de Hermes y se mantuvo próximo a la costa para no equivocar el camino. Después de muchos kilómetros, en una roca vio una bellísima muchacha, encadenada a la roca por las muñecas y tobillos. No llevaba nada encima, salvo una cadenita con joyas al cuello. Perseo la cubrió con su capa, y mientras intentaba librarla, ella le contó su historia: Era Andrómeda, hija de Cefeo, rey de Etiopía. Su madre se había atrevido a jactarse de su belleza y de la de sus hijas, asegurando que era superior a las Nereidas, que vivían en las profundidades del mar.

Dánae recibiendo la lluvia de oro

Perseo con la cabeza de la medusa

Perseo liberando a Andrómeda

domingo, 1 de junio de 2014

Unidad 22 - Hermes (Mercurio)

Hermes, a quien los romanos llamaron Mercurio, era el encargado de llevar los mensajes de Zeus. Inquieto, espabilado y un poco travieso, viajaba por el Olimpo y por la Tierra cumpliendo los encargos del supremo dios, cosa que hacía con gran rapidez gracias a que llevaba siempre unas sandalias aladas que lo transportaban de un lugar a otro volando. Quizá porque andaba tanto los caminos llevando y trayendo recados, fue considerado el dios de los comerciantes.
Hermes, hijo de Zeus y Maya, y nieto de Atlas, fue desde su nacimiento un auténtico niño prodigio: Nacido al alba, a mediodía ya había escapado de su cuna y se había ido por ahí a corretear. Viendo que el dios Apolo guardaba un rebaño de vacas sagradas, decidió robárselas, pero se las ingenió para dejar pistas que despistaran a quien lo buscase: Se puso las sandalias al revés y fue dejando huellas que marcaban el camino contrario al que él había seguido. Por esta hazaña fue considerado también el dios de los ladrones. Cuando llegó a la cabaña en la que había tenido lugar su nacimiento, escondió el ganado e inventó un nuevo instrumento musical, la lira, que fabricó con un caparazón de tortuga, unas cañas y siete cuerdas hechas de intestinos de vaca. Apolo, mediante sus dones adivinatorios, supo quien lo había robado, y corrió a buscar al ladrón. La madre, desconsolada, insistía en que era imposible que el niño pudiera haber hecho eso. Pero Apolo, que conocía la verdad, cogió al pequeño y lo subió al Olimpo para presentar sus quejas ante Zeus.
-Padre Zeus,este tunante me ha robado mi ganado sagrado. Exijo que lo castigues.
-Pero Apolo, ¿Cómo va a ser este niño un ladrón de ganado? ¿No ves que es muy pequeño? Vamos a ver chiquillo, declara tu inocencia y yo no tendré nada más que decir.
-Pues es que lo que dice Apolo es cierto. Yo le he robado las vacas esta tarde, pero solo he sacrificado dos, y ha sido para ofrecérselas a los dioses. Las he partido en doce trozos como ofenda a los doce dioses.
-¿Cómo que doce dioses? ¡En el Olimpo somos once! ¿Quien es el duodécimo dios?
- Pues yo, claro. Y os aseguro que solo me he comido mi parte.
El descaro del pequeño hizo tanta gracia a Zeus que le perdonó. Por su parte, Apolo acabó perdonándolo también, ya que Hermes le regaló la lira para compensarle por el robo, y fue precisamente la lira el instrumento favorito del dios de la luz.
Zeus, cuando convirtió a Hermes en su mensajero, le regaló las sandalias con alas que fueron características de este dios, un sombrero redondo para resguardarse y un bastón llamado caduceo; este bastón con dos serpiente enroscadas en él, fue considerado un símbolo de paz.
A un dos tan inteligente como Hermes se le atribuyen multitud de inventos: La astronomía, el alfabeto, la gimnasia, la escala musical y los pesos y medidas.
También a veces hacía de mensajero de Hades, y procuraba avisar con dulzura a aquellos que les tocaba realizar su último viaje; por esta función se le da el nombre de Hermes Psicopompo.
Como mensajero de los dioses participó en múltiples leyendas:
-Fue él quien mató a Argos, que vigilaba por encargo de Hera a Ío, el amor de Zeus.
-Llevó a Dioniso niño ante las Ninfas para que éstas lo cuidasen.
-Bajó a Pandora con su caja a la tierra para que fuese la perdición de los hombres.
No se le conocen muchos amores, pero sí mantuvo una relación con la diosa Afrodita de la que nació un niño al que pusieron un nombre que era parte del de la madre y parte del padre, llamado Hermafrodito. Este muchacho, de gran belleza, despertó al amor de una ninfa mientras se bañaba desnudo en una fuente; tal fue la pasión de la ninfa que se metió tras él en el agua, suplicándole amor con infinitos besos y caricias. Pero de nada servían sus ruegos, Hermafrodito se mostraba arisco y no quería saber nada de su amor. La ninfa pidió un deseo:
-¡Oh, dioses! ¡Haced que nada ni nadie pueda separarme nunca de él! Entones, poco a poco, los dos cuerpos se fundieron uno en otro, hasta formar un ser que era la suma de los dos: Una cara entre femenina y viril, un cuerpo entre la dureza varonil y la turgencia de la mujer, y los dos sexos. Sus padres, Afrodita y Hermes, hicieron que la fuente dónde había ocurrido aquella transformación tuviera la propiedad de hacer cambiar de sexo a quien bebiera de sus aguas. En la actualidad, la palabra hermafrodita designa a los seres vivos que reúnen los dos sexos.
Además de Hermes, hubo otra divinidad mensajera, Iris, la ligera diosa alada que sube y baja del Olimpo por el arco de siete colores que se forma después de la lluvia, el arco iris, y que parece unir el cielo con la tierra.

Hermes (Mercurio)
Hermafrodito y la ninfa Salmacis

El caracol es un animal hermafrodita

La diosa Iris

Unidad 21 - Posidón (Neptuno)

Posidón, el hermano de Zeus e hijo de Crono y Rea, había aceptado a regañadientes la parcela de poder que le había tocado en el reparto del Universo. Él tenía el dominio sobre los mares, y hubiera preferido el del Olimpo. Por eso y por el mal carácter de Zeus, en los primeros tiempos, los dos hermanos anduvieron peleándose, y Posidón incluso llegó a rebelarse contra el dios olímpico, por lo que tuvo que sufrir un castigo de destierro en Troya construyendo junto con Apolo las murallas de la ciudad.
Pero después las relaciones se normalizaron y, Posidón se acostumbró a sus dominios marítimos. Fue para los griegos un dios muy importante, ya que el mar el Grecia significaba vida, comunicación y riqueza: En efecto, en un país tan montañoso, los caminos por tierra eran tremendamente difíciles, mientras que el mar, que lo rodeaba en su mayor parte y en el que se levantaban un sinfín de islas, era el medio preferido para desplazarse, comerciar, explorar nuevas tierras y procurarse el alimento. Por eso Posidón era un dios venerado y a la vez temido, puesto que era él quien, cuando se enfadaba, provocaba las tempestades, haciendo naufragar las frágiles naves. Se pensaba que era su cólera la que causaba los terremotos, porque los griegos creían que se originaban en el fondo del mar.
Posidón tenía un palacio de oro en el fondo del mar, en el que vivía con su mujer Anfítrite, una ninfa de las agua que tenía medio cuerpo en forma de pez. Como tenía fama de colérico, ella al principio no quería vivir con él; pero el dios, que deseaba convertirla en su mujer y demostrarle que siempre estaría enamorado, consiguió al fin atraerla. Para ello se valió de un mensajero muy especial, un delfín alegre y muy simpático que le llevaba toda clase de recados de amor, hasta que Anfítrite se dejó convencer y se marchó con Posidón a reinar sobre las aguas.
La vida de los esposos era sosegada y feliz; muy a menudo recorrían los mares organizando un vistoso cortejo. Primero salía Posidón, sobre su carro de oro tirado por hermosos caballos; Anfitrite tenía también un precioso carro de conchas y coral, tirado por caballitos de mar. A su alrededor se colocaban las ninfas de las aguas, las numerosas hermanas de Anfítrite, que se llamaban Nereidas y eran unas divinidades muy generosas: Montadas sobre delfines y caballitos de mar, ayudaban a los marineros a surcar las aguas y a llegar sanos y salvos a tierra.
A la cabeza del cortejo se situaba el hijo de los soberanos, Tritón, que también tenía medio cuerpo en forma de pez. Su misión era anunciar la llegada de sus padres, los dioses del mar, haciendo sonar una caracola marina. Con esta caracola se encargaba de hacer volver las aguas a su cauce cada vez que su padre, en un arrebato de ira, las hacía crecer e inundar cuanto encontraba a su paso.
El arma preferida de Posidón era el tridente, regalo de los Cíclopes para luchar contra Cronos. Con este tridente provocaba las tempestades, moviendo las aguas a su antojo en mitad de las tormentas. También lo usaba para hacer nacer fuentes: Daba un golpe con él en la tierra y en el acto brotaban manantiales de agua fresca. A la hora de provocar tormentas marinas, Posidón contaba con la ayuda de Eolo, el dios que hacía soplar a los vientos según las indicaciones que le daba el dios de las aguas. Así tanto podía hacer rugir a Boreas o Aquilón, los helados vientos del norte, como hacía que Euros descargara su asfixiante y húmedo aliento, o bien dejaba que la suave brisa del Zéfiro acariciara las velas de los barcos y rizara dulcemente las olas. También podía en un momento dado, encerrar a todos los vientos en un odre y mantener el mar en la calma más absoluta.
Tuvo Posidón numerosas aventuras, de las que nacieron en general seres monstruosos e irascibles como el cíclope Polifemo a quien Ulises cegó su único ojo; pero el hijo más elegante y vistoso fue el caballo alado Pegaso, que tuvo con la Medusa y que salió de su cuerpo cuando Perseo le cortó la cabeza. Fue también el padre del héroe Teseo, que mató al Minotauro.
Peleo con los dioses y diosas por ser reconocido patron de deistintas ciudades y en general perdió siempre: Contra Apolo perdió Corinto, contra Hera perdió Argos y la pérdida que más le dolió fue la de Atenas contra Atenea, pero era el señor de la mítica isla "La Atlántida".
Son frecuentes sus intervenciones en los asuntos humanos entre las que cabe destacar su participación en la Guerra de Troya: La odisea de diez años de Ulises, como castigo por habérsele enfrentado y haber cegado a su hijo Polifemo; exigió el sacrificio de Andrómeda por haber ofendido a las Nereidas; hizo concebir, como venganza por la ofensa del rey Minos, en Pasífae, su esposa, un amor monstruoso hacia el toro de Posidón que dio lugar al nacimiento del Minotauro.
Los romanos, que al igual que los griegos fueron un pueblo muy dado a hacerse a la mar y recorrer el Mediterráneo de un extremo a otro, adoraron a este dios marino, pero lo llamaron Neptuno.

Posidón (Neptuno) con el tridente

Unidad 20 - Meleagro y Atalanta

En Calidón, país de Etolia, el rey Eneo y su esposa, Altea, tuvieron un hijo llamado Meleagro. Cuando el bebé no tenía ni una semana, llegaron a la casa las Parcas, que mirando al recién nacido, profetizaron así:
-"Será un hombre bueno como su padre".
-"Será un héroe reconocido en todo el mundo".
-"Vivirá hasta que se consuma la tea del hogar".
El oído de su ansiosa madre captó estas palabras y, no antes de que las misteriosas hermanas se fueran, se levantó de su cama par coger la tea, la apagó en agua y la escondió entre los mayores tesoros secretos.
Meleagro fue uno de los héroes que se dirigió con Jasón a buscar el vellocino de oro, y cuando volvía a casa otra hazaña le estaba esperando: Matar al jabalí de Calidón.
En ausencia de su hijo, el rey Eneo se había ganado la ira de una diosa. Para agradecer un año próspero en frutos, ofreció en el altar de Demeter maíz, a Dioniso vino y as Atenea aceite; pero se olvidó de Artemis, por lo que esta se vengó del mortal que no la había honrado: Envió a su país un monstruoso jabalí de ojos brillantes y dientes espumosos, sus cerdas fuertes y afiladas como puntas de espada, sus colmillos largos como los de un elefante, su respiración tan fiera como la de un hombre sobresaltado, y la bestia rompía en estruendos a través de los bosques.
Dondequiera que estuviera todo lo destrozaba: Las cosechas pisoteadas, los rebaños dispersos con sus estampidas, los pastores huían de sus rebaños y los agricultores no se arriesgaban a salir para recoger el fruto de sus viñas y olivos, dejándolos colgados en ele aire. Así que cuando Meleagro fue a casa de Colco, se encontró la tierra de su padre devastada por el terrorífico monstruo. Enseguida reunió a un grupo de cazadores y sabuesos para rastrear en su guarida como ningún hombre lo había hecho.
Entre los cazadores había una mujer, Atalanta, de quien se contaban historias extrañas. Su padre también era rey y había esperado un hijo como Meleagro para que fuese su heredero, así que cuando nació su hija, en su enfado abandonó a la niña en una montaña salvaje para que muriese; pero la niña fue amamantada por una osa y creció fuerte y hábil en el manejo del arco y de la lanza. Pocos jóvenes podían superarla en fuerza y coraje.
Cuando encontraron al jabalí, todos se lanzaron a por él con redes y perros, pero la primera lanza que alcanzó al jabalí fue la de Atalanta. El jabalí se precipitó sobre ellos como un trueno, pero cuando parecía que los hombres iban a perder la batalla entre su embestida, una flecha de Atalanta dio en el jabalí que otra vez se paró desvalido por el dolor, y el resto de los hombres, avergonzados de ser superados por una mujer, enseguida se centraron en el ataque. El monstruo se echó a tierra a causa de las heridas que tenía, y murió cuando Meleagro le clavó su espada hasta la empuñadura. Cortaron la cabeza del jabalí y quitaron las cerdas, y Meleagro dio estos trofeos a Atalanta, ya que era la única que lo merecía al dar el fatal golpe. Pero algunos cazadores no estaban de acuerdo con esto, entre ellos los dos hermanos de Altea y tíos de Meleagro. Estos se pelearon con Meleagro y acabaron muertos a los pies de su sobrino.
Cuando las noticias de la muerte del jabalí llegaron a Altea, esta salió al templo para dar gracias, pero en el camino se encontró con el séquito mortuorio que llevaba a sus dos queridos hermanos a la pira funeraria. Cuando supo que su hijo los había matado, lo maldijo y sacó la tea apagada que llevó al altar donde estaba el fuego del sacrificio y la arrojó a la llama. Cuando vio la consecuencia de su venganza, la desconsolada madre terminó sus días muriendo con sus hermanos.
Meleagro murió cuando regresaba a casa trayendo el triunfo y el botín de la gran caza. Así se cumplió el decreto de aquellas hermanas fatales que vieron su nacimiento.
Atalanta regresó a sus lugares salvajes, cuidando de no unirse con hombres desde que murió aquel que había conmovido su corazón. Pero su padre se enteró de esta promesa y procuró conseguirle un hombre que fuese el heredero de su reino.
Había muchos pretendientes que querían casarse con esa bella mujer, pero ella insistía en sus negativas. Por fin accedió ante las presiones de su padre, pero con una condición: El pretendiente tendría que ganarla en una carrera. El pretendiente debía correr desnudo y sin armas, y ella llevaría una lanza para matarlos si resultaban derrotados por ella.
Hipomenes era uno de tantos pretendientes pero, antes de participar en el concurso, imploró el favor de Afrodita y la diosa le dio tres manzanas de oro para que las llevara en sus manos cuando corriese, y lo que tenía que hacer con ellas dependía del conocimiento del corazón de la mujer más que del ingenio del hombre.
La carrera comenzó, y antes de que Atalanta lograra alcanzar a Hipomenes, este tiró una de las manzanas para entorpecer la carrera de su rival. Tentada por la curiosidad, Atalanta se paró para recoger la manzana, mientras que Hipomenes avanzó un poco más. Cuando ella volvió a alcanzarlo, Hipomenes tiró otra manzana y ella se volvió a parar a recogerla. Lo mismo ocurrió con la tercera manzana. De esta forma ganó Hipomenes la carrera cuyo premio era casarse con Atalanta. Pero poco duró al fortuna del joven, ya que se olvidó de agradecer a Afrodita su ayuda.
Afrodita mostró la ofensa a Rea, la poderosa madre de los dioses, que transformó al corredor y a su prometida en un par de leones, enganchados a su carro cuando ella lo cogía en medio de un estruendo de cuernos y platillos.

Hipomenes y Atalanta

viernes, 16 de mayo de 2014

Unidad 19 - Aracne

Vivía en una pequeña ciudad de Lidia una doncella de humilde origen llamada Aracne. Sus padres eran tintoreros. En la ciudad de Lidia el nombre de Aracne era muy apreciado, debido a que la doncella superaba, en habilidad y ligereza, a todos los tejedores mortales; incluso las ninfas acudían a la humilde cabaña de la joven para admirar su trabajo. Arte y pobreza, en ninguna parte se habían visto más estrechamente unidas que aquí. Tanto si Aracne devanaba la lana bruta como si la estriaba en hebras finas, ahora haría girar el huso con el ágil pulgar o bordara con la aguja, hubiérase dicho que la misma Atenea la había enseñado. Pero Aracne con frecuencia exclamaba ofendida: "¡Yo no aprendí mi arte de la diosa! Que venga ella a medirse conmigo. ¡Si me vence estoy dispuesta a asumir cualquier castigo!"
Atenea escuchaba sus jactancias con disgusto, adoptó la figura de una viejecita con la frente llena de canas, y empuñando un báculo con mano marchita, se presentó en la cabaña de Aracne y le dijo: "No todo son males en la vejez, con los años crece la experiencia. Así que no desprecies mi consejo. Entre los mortales, procura ganar fama de ser la mejor tejedora; pero ante una diosa, humíllate. Pídele perdón por tus palabras temerarias y ella perdonará gustosa a la arrepentida".
Aracne, con hosca mirada, dejó caer de sus manos la hebra y replicó con voz temblorosa de ira: "Eres necia, anciana. El peso de los años ha debilitado tu cabeza. No es bueno vivir demasiado. Ve a predicar esas sandeces a tu hija, yo no necesito de tus consejos y desprecio tus amonestaciones. ¿Por que no viene Atenea en persona? ¿Por qué rehuye medirse conmigo?".
Aquellas palabras pusieron fin a la paciencia de la diosa: "¡Aquí la tienes!". Exclamó adoptando su verdadera figura celestial.
Las ninfas y las mujeres lidias que se encontraban presentes cayeron de hinojos a los pies de la divinidad, sólo Aracne se mantuvo impasible; únicamente un leve sonrojo pasó por su rostro altanero, pero la joven permaneció obstinada en su resolución. Dominada por el deseo de una necia victoria, se precipita ella misma contra su temible destino. La hija de Zeus, cesando en sus advertencias, aceptó el reto. Colocaron una y otra el telar en sitio distinto y se pusieron a mover con brío las hábiles manos. Entretejían artísticamente los colores; mezclan con las hebras hilos de oro, y las miradas estupefactas de los presentes pudieron contemplar obras maravillosas.
Atenea bordó la peña de la ciudadela ateniense y su disputa con Posidón por la posesión del país. Doce dioses con Zeus en su centro, aparecían sentados; se podía ver a Posidón arrojando el gigantesco tridente contra la roca y haciendo brotar de ésta un chorro de agua marina. Más allá estaba la propia diosa, armada con lanza y escudo; con la punta del dardo hacía nacer el olivo de la tierra estéril, ante el asombro de los dioses y para bien de los mortales. Así bordaba Atenea su propia victoria en la tela. Pero en las cuatro esquinas ponía otros tantos ejemplos del orgullo humano que, al provocar la ira de los dioses, tenía triste fin. Se veía al rey Hemo con su esposa Ródope, que en su soberbia se hacían llamar Zeus y Hera, y fueron convertidos en encumbradas montañas. A la muy desgraciada madre de los Pigmeos que, vencida por Hera, se transformaba en grulla y luchaba contra sus propios hijos. En el tercer ángulo se representaba a Antígona, la bella hija del rey Laomedonte, tan orgullosa de su hermosura y de su cabellera, que sólo compararse con Hera hizo que la diosa convirtiera sus cabellos en serpientes que la mordían y atormentaban hasta que Zeus, apiadado, la metamorfoseó en cigüeña. Finalmente, Atenea reprodujo a Ciniras llorando al destino de sus hijas que, provocaron la cólera de Hera y fueron transformadas en gradas de piedra delante de su templo. Todas estas escenas bordó Atenea en su tapiz.
Aracne, en cambio, en todas las figuras de su tela trataba de hacer mofa de los dioses, especialmente de Zeus, representándolo en figura de toro, de águila o de cisne, como lascivo sátiro, llameante fuego o dorada lluvia, seduciendo a las hijas de los mortales. Todo esto lo rodeó con un marco de hiedra con flores entretejidas. Y una vez hubo terminado su obra, la misma Atenea no encontró nada que reprochar ante el arte de la doncella; únicamente la ofendió el sentido impío que se desprendía de sus bordados. Por eso desgarró con gesto airado las insolentes escenas y con la lanzadera, que aún conservaba en la mano, golpeó por tres veces la frente de la orgullosa muchacha. La desgraciada no pudo resistirlo; enloqueció y, desesperada, se ató un dogal al cuello. Colgaba ya del techo convulsamente cuando la diosa, compadecida, la libró del nudo asfixiante, diciéndole: "Vive, pero colgando, osada. ¡Y sea este el castigo de tu descendencia, hasta la última generación!".
Y diciendo estas palabras, echó al rostro de Aracne unas gotas de una hierba mágica y se fue. En un momento desaparecieron cabellos, nariz y orejas de la cabeza de la doncella, la cual se contrajo toda ella hasta quedar reducida a un animal diminuto y repugnante. Transformada en araña sigue todavía hoy, practicando su antiguo arte; hilar hilo tras hilo.

Unidad 18 - Atenea

Atenea (Minerva) es hija de Zeus y Metis. Esta se encontraba encinta y a punto de dar a luz una hija, cuando Zeus se la tragó. Lo hizo por consejo de Urano y Gea, que le revelaron que si Metis daba a luz una hija, a continuación tendría un hijo que arrebataría a Zeus el imperio del Olimpo. Por esa razón, cuando llegó el momento del parto, el padre ordenó a Hefesto que le abriese la cabeza de un hachazo. De la cabeza nació Atenea, completamente armada, que profirió un grito de guerra que resonó en cielo y tierra.
Desempeñó un importante papel en la lucha contra los Gigantes, dando muerte a dos de ellos, llamados Palante y Encélado. Una vez desollado el primero, se hizo una coraza con su piel; respecto al segundo, lo persiguió hasta Sicilia, donde lo inmovilizó arrojándole encima toda la isla.
En la Ilíada participa en la lucha al lado de los aqueos. También protege a Hércules en el combate, armándolo cuando el héroe se dispuso a emprender sus trabajos, y le concedió también las castañuelas de bronce con las que asustó a las aves del lago Estínfalo. En pago, Hércules le dio las manzanas de oro de las Hespérides cuando Euristeo se las hubo devuelto.
En la Odisea, Ayudó a Ulises a volver a Ítaca, que le prestaba su asistencia actunado por metamorfosis, adoptando la figura de varios mortales. También envía sueños a Nausícaa para sugerirle que valla al río a lavar la ropa justo en el día en que sabe que Ulises abordará en la isla de los feacios. Le confiere ademas una belleza sobrenatural pra impresionar a la joven en aquel encuentro, que ha de proporcionar a Ulises un barco para regresar a su casa. Por otro lado, ruega a Zeus a favor de su protegido y , además, es quien provoca la orden dada a Calipso de dejar libre a Ulises y procurarle el medio de hacerse nuevamente a la mar.
Había dedicado su talento a las artes de la paz, yen Ática se la reconocían, entre otras más, la invención del aceite de oliva, además de la introducción del olivo en el país, como regalo que había hecho en ática para merecer que su pueblo la reconociese como soberana. No obstante, antes de ello se disputó con Posidón para la soberanía, y cada uno trató de ofrecer al país el mejor regalo para acrecentar sus méritos. Posidón hizo surgir, de un golpe de tridente, un lado salado en la Acrópolis de Atenas; Atenea hizo que brotase allí un olivo. Los doce dioses, que desempeñaron el papel de árbitros, confirieron la victoria a Atenea, y con ella el poder sobre Ática.
Atenea permaneció virgen, pero se cuenta que tuvo un hijo. Había ido a visitar a Hefesto en su fragua para procurarse armas, y el dios, quien había sido abandonado por Afrodita, se prendó de Atenea en cuanto la vio y comenzó a perseguirla. Atenea huyó pero Hefesto, a pesar de ser cojo, logró alcanzarla y la cogió en brazos. En su deseo, Hefesto mojó la pierna de la diosa, la cual, asqueada, se secó con lana y tiró la inmundicia al suelo. De la tierra así fecundada nació Erictonio, a quien Atenea consideró hijo suyo, lo educó y quiso hacerle inmortal; lo encerró en un cofre, guardado por una serpiente, y lo confirió a las hijas del rey de Atenas.

Unidad 17 - Aquiles

Aquiles, hijo de la diosa Tetis y del mortal Peleo, fue uno de los grandes héroes de la mitología griega. DE todos los que lucharon en la Guerra de Troya fue el más reconocido. Su papel en la guerra fue decisivo para la victoria de los griegos, pero sobrehumanas, Aquiles era mortal. Su muerte fue anticipada y, al contrario que otras figuras como Hércules, no le esperaba la edificación, sino una vida de desesperanza en el mundo de las sombras.
Al principio, tanto Zeus como Posidón cortejaron a la encantadora Tetis, hija de Nereo, dios del mar, pero como debido a una antigua predicción el hijo de Tetis superaría a su padre, se convirtió en esposa de Peleo, rey de Fitia en Tesalea. Durante su magnífica ceremonia de bodas se sembraron las semillas de la Guerra de Troya cuando Eris, diosa de la discordia, arrojó una manzana dorada sobre los invitados. Iba destinada a Hera, la diosa más bella, pero Atenea y Afrodita iniciaron una pelea con ella para dilucidar quién merecía la manzana, siendo París, príncipe de la corona de Troya, el que juzgó finalmente a petición de todos, con un resultado desastroso.
Tetis sabía que su hijo se convertiría en un destacado héroe, pero también sabía que no llegaría a alcanzar la madurez. Con todo el amor que le podía dar, hizo cuanto pudo para cambiar su destino, hasta bañar a su hijo en las aguas de la laguna Estigia que conducía al Averno para hacerle inmortal. Y casi lo consiguió, pero cuando sumergió a su pequeño en el agua, el talón por el que le sujetaba quedó fuera del agua y eso provocó que siguiese siendo mortal. Finalmente fue "el talón de Aquiles" el elemento fatal para el héroe. De acuerdo con otra interpretación, ante el estupor del padre del pequeño, Tetis, trató de hacer inmortal a Aquiles acostándole sobre el fuego durante la noche y frotando su cuerpo con ambrosía a diario.
Aquiles fue educado por el sabio Quirón, que ya había instruido a otros héroes. Entre otras cosas, Aquiles recibió una formación intensiva en la carrera, algo que iba a ser de gran utilidad en el campo de la batalla. Uno de los epítetos más corrientes de la Ilíada de Homero es el de "pies ligeros".
Debido a que Tetis sabía que Aquiles corría el peligro de morir en la batalla, le envió a la corte del rey Licomedes en la isla de Scyros, donde se ocultó bajo la apariencia de una joven durante unos días. Sin embargo, esto no evitó que aun así tuviese un hijo, Neoptolemo, con Deidamiata, hija de Licomedes.
La estancia de Aquiles en el refugio no duró demasiado. Cuando los griegos decidieron partir hacia Troya para rescatar a Helena. Artemis rechazó proveerles del viento necesario a menos que el comandante griego, el rey Agamenón de Micenas, le ofreciese a su hija Ifigenia. Agamenón convenció a Ifigenia para que acudiese al puerto de Aulis, donde se encontraba la flota, con la promesa de casarla con Aquiles. La llegada del héroe tuvo que ser planificada con astucia por Odisea, que llevó a cabo la tarea con gran entusiasmo. Escondió algunas armas entre las joyas que había en las habitaciones de las mujeres en el palacio de Licomedes. Entonces se acordó que habría un sonido de trompetas para dar la señal de alarma, momento en el cual "una dama", que sería Aquiles disfrazado, tendría que acudir a recoger las armas...
Aquiles confirmó su reputación de guerrero despiadado e indestructible casi de inmediato en cuanto llegó a Troya. Los troyanos sentían miedo cada vez que le veían aparecer en su cuadriga con su auriga, Automedonte. Dos caballos inmortales, Xanto y Balio, tiraban de la cuadriga. Incluso antes de empezar el asedio de la ciudad, Aquiles mató a Cieno, uno de los hijos de Posidón, que era inmune a las armas ordinarias, por lo que Aquiles optó por estrangularle con la cinta de su propio casco.
Troilo, uno de los hijos de Apolo y Hecabe, reina de Troya, murió en una emboscada que le tendió Aquiles mientras escoltaba a un grupo de troyanas, entre las que estaba Polixena, cuando se dirigían a coger agua más allá del recinto amurallado de la ciudad. Este hecho, no obstante, fue uno de los más heroicos en la historia de Aquiles.
Durante los diez largos años de asedio de Troya, los griegos llevaron a cabo diversas incursiones y saquearon las pequeñas localidades que rodeaban la ciudad-estado. Aquiles jugó un papel principal en estos ataques. Durante una de las incursiones raptó a la bella Briseis, a la que convirtió en su amante. Agamenón, comandante en jefe de las tropas griegas y beneficiario de gran parte del botín de guerra tomado por Aquiles, también tenía una amanate. Criseida le parecía mejor que su esposa Clitemnestra, a la que había dejado en casa, si bien Criseida era hija de uno de los sacerdotes más importantes de Apolo, y para evitar la ira del dios, Agamenón tuvo que devolverla a su padre. Aquiles fue uno de los que más insistió en ello y Agamenón entonces reclamó a Briseis como amante. Como comandante en jefe no podía tolerar que nadie gozase de más favores sexuales que él.
Aquiles tuvo que entregar a Briseis en contra de su voluntad, pero rechazó seguir adelante con el asedio. Se había herido su orgullo y el héroe incluso pidió a su madre que implorase a Zeus que la fortuna de la batalla sonriese a los troyanos, como así ocurrió. El asedio de Troya duró diez años, con los griegos cada vez más presionados. Los troyanos incluso llegaron a enfrentarse a ellos en su propio campamento situado junto al mar, momento en el que Aquiles rehuyó el combate con el enemigo. No obstante, cuando los troyanos amenazaron con incendiar los barcos de los griegos, sí aceptó que su mejor amigo y compañero de fatigas, Patroclo, entrase en combate en medio de toda la confusión. Patroclo se vistió con la armadura de Aquiles y se convirtió en el héroe de la batalla, ya que los troyanos le tomaron por Aquiles, que ya se había encargado antes de ponerles de rodillas. Pero aunque pudiese parecer el propio Aquiles, no lo era, y Héctor, príncipe troyano, le mató y se hizo con la armadura del héroe griego.
Aquiles montó en cólera cuando supo la noticia de que su mejor amigo había muerto. Incluso su madre, la divinidad que le visitaba en su propia tienda, era incapaz de consolarlo. Aquiles sólo quería vengarse y cuando Tetis le dijo que estaba escrito que moriría poco después de la muerte de Héctor, contestó: "Moriría en este lugar y en este momento, ya que no puedo salvar a mi amigo. Ha caído lejos de casa y en un momento de necesidad mi mano no ha estado allí para ayudarle". Tetis supo entonces que no podría detener a su hijo, por lo que llamó a Hefesto para que le hiciese una nueva armadura a Aquiles.
Vestido con su nueva armadura, el héroe se subió a su cuadriga y se encaminó hacia el campo de batalla, donde provocó un baño de sangre entre los troyanos. Buscó a Héctor tres veces en los alrededores del recinto amurallado hasta matarlo y arrastrar su cuerpo desnudo con su cuadriga. Cada día arrastraba su cuerpo por donde pasaba y sólo después de un tiempo pudo Tetis convencerlo de que devolviese el cuerpo de Héctor a su padre, Príamo, que guiado por Hermes, el mensajero de los dioses, y con un importante rescate, llegó personalmente hasta la tienda de Aquiles para presentarle sus respetos. El joven quedó conmovido por la pena del anciano y le entregó el cuerpo de su hijo, diciéndole que podía enterrar a Héctor en paz en un lugar adecuado. Esta historia del resentimiento de Aquiles por la pérdida de Briseis, la entrega a Príamo del cuerpo de su hijo Héctor y su enterramiento quedó descrita de manera magistral en la Ilíada.
Poco antes de su muerte, Aquiles se vio envuelto en una batalla contra un ejército de Amazonas que llegaron para ayudar a los troyanos. Consiguíó derribar a su reina, Pentesilea, con su lanza, pero se enamoró de ella al ver su cuerpo muerto sin la protección de la armadura.
Poco después de esa aventura fue herido con una flecha lanzada con el arco de París, un gran guerrero cuya arma en esta ocasión estaba en manos de Apolo, al que no le gustaba demasiado Aquiles. El dios se aseguró de que la flecha acertaba en su única parte vulnerable, el talón.
Tetis y las otras hijas de Nereo lloraron la muerte de su hijo durante 17 días. Incluso las musas acudieron a su funeral para entonar un himno de lamento frente a su pira. Después de la cremación, sus cenizas fueron depositadas en una urna dorada que había sido forjada por Hefesto y situada en la misma tumba en la que fue enterrado Patroclo, junto al mar.
Después se desencadenó una cruenta batalla entre los griegos para dilucidar quién debía ser el heredero de la armadura de Aquiles. Áyax, que había sido el que había recuperado el cuerpo del héroe en el campo de batalla, lo reclamó para él, pero finalmente fue Odiseo quien se hizo con la preciada pieza provocando con ello el suicidio de Áyax. Odiseo presentó después la armadura a Neoptolemo, el hijo de Aquiles, para forjar un vínculo más fuerte entre todos los griegos antes de empezar la fase más dura de la Guerra de Troya.
Poco después, el mismo Odiseo se encontró con la sombra de Aquiles en el mundo de las almas, una escena que Homero describe en la Odisea. El héroe había cambiado de idea y ya no proclamaba aquello de que había que vivir deprisa y morir joven
"No me consueles en mi muerte, rey Odiseo", le dijo a su visitante del mundo de los vivos. "Preferiría ser siervo en una casa pobre en el mundo de los vivos que rey de reyes entre los muertos".
De acuerdo a otra narración de los hechos, la sombra de Aquiles, que poco antes de que los griegos salieran de Troya había reclamado a Polixena, hija de Príamo, sobrevivió junto a Patroclo en al isla de Leuce, una zona paradisíaca del Averno reservada para los grandes héroes. No obstante, esta suposición parece justificar que el héroe pudiera haber preferido una vida con luz plena en el mundo de los vivos en vez de ser una sombra en el mundo de los muertos.

lunes, 17 de marzo de 2014

Unidad 16 - Píramo y Tisbe

Píramo y Tisbe habían crecido juntos en la ciudad de Babilonia, en Mesopotamia, viviendo toda su vida en casas adyacentes. Su amor era co­nocido desde siempre por sus padres, que no les permitían casarse ni tener contacto. No obstante, una grieta en la pared les per­mitía comunicarse y decirse palabras de amor en secreto.
Una noche decidieron salir y encontrarse a escondidas junto a una morera, a las afueras de la ciudad. Tisbe fue la primera en salir, cubierta con un velo para pasar desapercibida. Pero mientras esperaba junto a la morera la llegada de Píramo, una leona sedienta se acercó con el hocico aún cubierto de sangre, después de haber de­vorado a un buey, para beber en un ma­nantial cercano. La joven huyó aterrada hasta una cueva cercana, pero perdió el velo. La leona se acercó y olió el velo, manchándolo con la sangre del buey. Poco después llegó Píramo y, descubrien­do las huellas de la leona junto al velo en­sangrentado, no pudo aguantar la deses­peración. Creyó que la sangre era de Tisbe que había sido devorada y se clavó su pro­pia espada junto a la morera, inundando el suelo y las raíces con su sangre y haciendo que los frutos blancos se volviesen rojos desde entonces.
Poco después apareció Tisbe y, al encontrar el cuerpo de su amado junto al velo, supo de inmediato lo que había ocurrido. Descorazonada, se clavó la espada de Píramo mientras pedía descansar eter­namente junto a su amado y que el fruto se volviese negro en su memoria. Los dioses escucharon su último deseo y se lo concedieron. Los padres de Píramo y Tisbe que­maron sus restos en la misma urna.

Tisbe encuentra el cuerpo sin vida de Píramo y se clava su espada
Tisbe escucha por la grieta a Píramo

sábado, 15 de marzo de 2014

Unidad 15 - Eros y Psique

Eros, el hijo de Afrodita, solía actuar por su cuenta, disparando flechas de amor y desamor a diestro y siniestro, sin importarle adónde iban a parar sus peligrosos dardos. Pero también cumplía las órdenes de su madre cuando esta le decía a quien tenía que disparar, a quién no y con que tipo de flechas.
Un día, Afrodita le mandó que disparase una flecha a una princesa llamada Psique para que se enamorase del ser más asqueroso que vieran sus ojos. El motivo de esta extraña petición era que Psique era una muchacha tan bella que los habitantes de su país la veneraban más a ella que a la propia Afrodita, y la diosa del amor no podía consentir semejante agravio.
Eros se dispuso a obedecer, pero cuando tuvo a Psique ante sus ojos, fue victima del mismo dolor que él provocaba con sus flechas: Se enamoró perdidamente de ella y, por primera vez, desobedeció a su madre. Buscando la forma de estar con ella sin que Afrodita se enterase, planeó una estratagema: Hizo creer al padre de Psique que, por voluntad de los dioses, su hija debería ser colocada en la cima de un monte lejano, donde se uniría en matrimonio con un ser invisible cuya identidad no se podía revelar. Este ser invisible, por supuesto, no era otro que el propio Eros, que al no dejarse ver ni por su propia esposa, esperaba mantener oculto su amor ante los ojos de Afrodita.
El padre de Psique, obedeciendo apenado aquella orden, abandonó a su hija en el lugar indicado. La brisa del Zéfiro condujo a la muchacha hasta un lujoso palacio, donde oyó la voz del que a partir de entonces sería su esposo: "Psique, yo he de ser tu marido. Juntos viviremos aquí y tú tendrás cuanto puedas desear. Pero no podrás verme; si un día lo hicieras yo desaparecería de tu lado, y conmigo se iría todo cuanto ves, que a partir de ahora mismo ya es tuyo".
Aquella noche, los dos esposos se unieron y Psique encontró dulce y tierno el amor de su invisible pareja. Vivía feliz en aquel palacio y, aunque sentía una gran curiosidad por saber quién podía ser su amado, no se atrevía a desobedecer. Pero un día fueron a visitarla sus hermanas y, envidiosas del lujo en el que vivía Psique, la convencieron de que la causa de aquella situación tan extraña era que su marido debía de ser un monstruo horrible, y que por eso no se dejaba ver.
Tanto miedo provocaron en Psique, que esta, temerosa de que un día su esposo acabara con su vida, decidió descubrirlo y matarlo. Así pues Psique entró en el aposento donde dormía Eros y, llevando en las manos un cuchillo y un candil, se dispuso a descubrir el misterio. Pero al iluminar la estancia no vio a ningún monstruo, sino al ser más bello que había existido jamás. Su emoción fue tan grande que empezó a temblar, dejando caer una gota de aceite del candil sobre la piel de su esposo.
Eros despertó y, viendo que había sido descubierto, desapareció y con él se esfumaron el palacio y todo lo que rodeaba la vida de la infeliz Psique. Desesperada, Psique lo buscó por toda la Tierra; llegó a suplicar a la propia Afrodita que le dejase volver con su enamorado. La diosa, que todavía le guardaba rencor, la hizo pasar por una serie de pruebas terribles. La última fue que trajera un frasco del bálsamo de la belleza, que estaba en poder de Perséfone, diosa de los infiernos. Después de múltiples aventuras, Psique llegó al Hades y consiguió que la diosa del inframundo le diera el bálsamo. Pero mientras regresaba, subida en la barca de Caronte, a Psique se le ocurrió abrir el frasco; el bálsamo de la belleza la envolvió con su seductor perfume y la princesa se quedó dormida antes de poder alcanzar el reino de los vivos.
Eros, entonces, se dio cuenta de que iba a perder a su adorada esposa si se quedaba dormida en el Hades para siempre. Desesperado, pidió ayuda a Zeus y este consideró que el amor de Psique era verdadero, que en realidad no había causa para que sufriese aquella desgracia y que Afrodita ya la había puesto a prueba durante suficiente tiempo. Así que decidió intervenir: Ordenó que Psique fuera devuelta a la vida, pidió a Afrodita que se reconciliara con ella y finalmente la entregó a su enamorado, uniendo para siempre a Eros y Psique, al amor y al alma.

Eros duerme y Psique se acerca a él con el candil y el cuchillo

Eros y Psique (Cánova)

lunes, 17 de febrero de 2014

Unidad 14 - Afrodita y Adonis

Había una vez en Asia Menor un rey llamado Tías, el cual había fanfarroneado que su hija Mirra era mas hermosa que la propia Afrodita, diosa del amor y la belleza. Cuando llegó la noticia a oídos de Afrodita, esta se enfado mucho, pues se preguntaba cómo una simple mortal se podía comparar con una divinidad como ella; así pues, se vengó de la inocente muchacha inculcándole un irresistible deseo por su padre. Por ello, y bajo la protección dela oscuridad, Mirra durmió doce noches seguidas con su padre. Pero cuando a la duodécima noche, este descubrió el incesto, armado de su cuchillo, persiguió a su hija con el fin de matarla. Ella, asustada, pidió ayuda a los dioses:
"Oh, dioses, si sois accesibles a los que reconocen su culpa, he merecido y no rechazo el triste suplicio. Pero para no ultrajar viviendo a los vivos y muerta a los muertos, expulsadme de ambos reinos y negadme, una vez transformada, tanto la vida como la muerte".
Así habló a las divinidades y la convirtieron en un árbol, el de la mirra. Tras nueve meses se resquebrajó la corteza y nació un niño, Adonis.
Afrodita, conmovida por la belleza del niño, encargó su cuidado y lo confió temporalmente a la diosa del mundo subterráneo, Perséfone. Pero esta se quedó también prendada de la belleza del muchacho y se negó a devolvérselo a Afrodita. Así pues, se decidió que Zeus y Orfeo  decidieran que diosa  debería quedarse con Adonis. El resultado fue que el joven se quedaría un tercio del año con la diosa de la belleza, otro tercio con Perséfone y el restante tercio lo pasaría donde él quisiese. Sin embargo, Afrodita, consiguió persuadir a Adonis para que permaneciera dos tercios del año con ella, para desagrado de la otra deidad.
Así, poco a poco, Adonis fue creciendo y pronto se convirtió en un hermosísimo joven que pasaba gran parte del día en los bosques practicando su afición favorita, la caza. Afrodita, cautivada por la belleza de aquel muchacho, abandonó sus quehaceres habituales hasta el punto que ni siquiera acudía al Olimpo junto a los otros dioses, ya que antepuso su amor a Adonis a cualquier otra cosa, de tal forma que lo cubría de besos y yacía con él todas las noches. Así pues, en lugar de aumentar su belleza cuidándola, va errante por los montes, por los bosques y por las peñas llenas de matorrales, con la ropa recogida hasta la rodilla, azuzando a los perros y persiguiendo a los animales que ofrecían un botín seguro como conejos, ciervos... En una frase, actúa como si se tratase de la diosa de la caza, Ártemis. Sin embargo, Afrodita, previendo su muerte, intentó ponerle en guardia sobre los peligros que acareaba la cacería:
"Sé valiente con los animales que huyen; contra los audaces, la audacia no proporciona seguridad. Abstente, joven, de ser temerario poniéndote yo en peligro, y no hieras a las fieras a las que la naturaleza les ha proporcionado armas, para que tu gloria no me resulte cara. Ni tu edad ni tu hermosura ni las cosas que han conmovido a Afrodita conmoverán a los leones o a los jabalíes, ni a los ojos o los ánimos de las fieras. Los fogosos jabalíes tienen un rayo en sus curvos colmillos, tienen empuje y enorme cólera los rojizos leones y son un linaje odioso para mi. Así pues, tú, querido mío, huye de éstos y de todo tipo de fieras salvajes, que no se vuelven para huir sino que, por el contrario, te hacen frente, a fin de que tu valor no sea perjudicial para los dos".
Después de aconsejarle todo esto, subió en su carro tras uncir los cisnes que tiraban de él y se elevó desapareciendo en el cielo. Sin embargo el valor se alza en contra de los consejos. Casualmente los perros, siguiendo la huella de una presa segura, hicieron salir de su escondrijo a un jabalí y el joven lo atravesó ensartándolo con su lanza, mientras intentaba salir del bosque de forma desesperada; al instante el malherido animal sacudió el venablo teñido de sangre con su curvo hocico y el feroz jabalí comenzó a perseguir a Adonis, que intenta como puede escapar de la fiera. Sin embargo, el animal le clava todos sus dientes bajo la ingle y lo derriba moribundo en la rojiza arena.
Afrodita aún no había llegado a su destino cuando reconoció desde lejos el gemido de su amante que ya estaba a punto de expirar, por lo que cambió la dirección de sus blancas aves hacia allí y, cuando desde lo alto del cielo lo vio sin vida rodeado por su propia sangre, saltó y salió corriendo hacia donde se encontraba Adonis. La diosa sin mirar donde pisaba, se clavó una espina en el pie, y su sangre dio color a las rosas, que antes eran blancas; a partir de lo cual, la rosa se volvió roja. Una vez junto a su amado, se arrodilló junto a él, mesándose sus cabellos y golpeando su pecho, quejándose de su destino. Allí permaneció mucho tiempo lamentando la muerte de Adonis.
Se dice que Afrodita roció con néctar la sangre derramada, la cual se hinchó y tras una hora surgió una flor del mismo color de la sangre, la anémona. Sin embargo, la vida de esta nueva planta es corta, como el periodo de tiempo que la diosa pudo disfrutar del amor del joven, pues el viento la arranca por su falta de peso.
Afrodita, en honor de su amante, instituyó una fiesta fúnebre, que las mujeres celebran todos los años en primavera: En vasos, cajas o en cualquier otro recipiente plantaban semillas, que regaban con agua caliente para que brotasen rápidamente. Estas plantaciones se llamaron jardines de Adonis. Las plantas, así forzadas, morían al poco tiempo de haber salido de la tierra, simbolizando la suerte que corríó adonis, y las mujeres prorrumpían en lamentos rituales por el destino del joven amado de la diosa Afrodita.

Adonis
Afrodita rogándole a Adonis que tenga cuidado
Adonis y el jabalí

Unidad 13 - Afrodita (Venus)

Es la diosa del amor, el deseo y la belleza, por lo que es capaz de someter a cualquier mortal o divinidad a su voluntad.

ORIGEN:
Era hija de Urano, cuyos órganos sexuales , cortados por su hijo Crono, fueron arrojados al mar. Las olas se arremolinaron a su alrededor y formaron una masa de espuma de la que surgió la diosa; esta nada mas nacer, fue llevada por los vientos en una concha a Chipre, donde las Gracias y las Horas la vistieron y la llevaron al Olimpo.
Otra versión menos extendida dice que era hija de Zeus y la Titánide Dione.

ORIGEN ROMANO:
En Roma era una divinidad muy antigua, que en unión de Flora y de Feronia era una divinidad que simbolizaba la fertilidad del suelo y las huertas. Su nombre latino es de la familia de venutus (gracioso) y tal vez de la misma raíz que la palabra vana (amable). Solo fue a partir del siglo II a.C., es decir, cuando los dioses romanos empezaron a confundirse con los griegos y a ser sustituidos por ellos, cuando Venus y Afrodita se confundieron adoptando Venus el carácter de Afrodita.

REPRESENTACIONES ICONOGRÁFICAS:
Se caracteriza por su apariencia y desnudez.

EPÍTETOS:
Cipris (Señora de Chipre), Anadiomena (por haber nacido virgen de la espuma), Citerea (Señora de Citera), Pafia (Señora de Pafos), Urania, Pandemo...

ATRIBUTOS:
-La concha, la manzana y la desnudez suelen aparecer en la mayoría de sus representaciones.
-La paloma y el delfín son sus animales acompañantes.
-Las plantas relacionadas con ella son la rosa blanca y el mirto.
-Le suelen acompañar las Gracias (Cárites), las Horas y Cupido (Eros).

AMORES:
Afrodita fue casada por Zeus (Júpiter) con Hefesto (Vulcano), pero ella no lo amaba y tuvo muchos amores tanto con dioses como con mortales:

  • Amores con dioses:

-Afrodita y Ares: Vulcano, cansado de tanto engaño, pues ambos amantes se encontraban cada vez que se iba a la fragua, forjó una red invisible para atrapar a los amantes y ridiculizarlos ante el resto de los dioses. Logró su propósito, pues Afrodita huyó avergonzada mientras el resto de los dioses se rieron de aquel episodio. De esta relación nacieron entre otros Cupido y Harmonía.

-Afrodita y Hermes: Compartió lecho con Hermes, de donde nació Hermafrodito, en cuyo cuerpo están unidas las características masculinas y femeninas.

-Afrodita y Dioniso: También se enamoró de Dioniso y engendró a Príapo, dios feo pero inteligente, célebre por su habilidad para la jardinería.


  • Amores con mortales:

-Adonis: (Explicado en la unidad 14).

-Anquises: Afrodita se enamoró de Anquises mientras este apacentaba su ganado. Para que se enamorase de ella y poder así unirse a él, utilizó un engaño: Usurpó otra identidad, pero más adelante le reveló quien era realmente y le anunció que le daría un hijo, eso sí, procurando que no dijese a nadie que el niño era hijo de una diosa, ya que si Zeus se enteraba, fulminaría al pequeño. Este niño era Eneas, el primitivo fundador del linaje romano. Sin embargo, un día en que Anquises había bebido más vino de la cuenta, se jactó de sus amores y Zeus le castigó por ello volviéndolo cojo con un rayo.

ACTUACIONES MÍTICAS:
Destaca sobre todo el amor que provoca en Paris, príncipe troyano, y en Helena, esposa del rey griego Menelao, que acaba siendo el motivo de la guerra de Troya.

El nacimiento de Afrodita (Botticelli)

Unidad 12 - Castigos eternos

Algunos de los castigos eternos más conocidos son el de Sísifo, Ixión, Tántalo y las Danaides; yo os contaré el primero de los que he mencionado:
Sísifo, hijo de Eolo, se casó con una Pléyade llamada Mérope, hija de Atlas, y de esta unión nacieron Glauco, Ornitión y Sinón.
En una ocasión después de que Zeus raptara a una bella muchacha llamada Egina, su padre, el dios-río Asopo, fue a Corinto en su búsqueda. Sísifo sabía muy bien lo que había ocurrido con Egina, pero no revelaría nada si Asopo no se comprometía a proveer la ciudadela de corinto de una fuente perenne. Así pues, Asopo hizo brotar la fuente Pirene y Sísifo le dijo todo lo que sabía.
Zeus, que había escapado por poco a la venganza de Asopo, mandó a su hermano Hades que se llevara a Sísifo al Tártaro y le castigara eternamente por haber revelado secretos divinos. Pero Sísifo no se dejó intimidar, y con gran astucia esposó al propio Hades persuadiéndole a que le demostrara como se utilizaban las esposas antes de ponérselas a él, y cerrándolas rápidamente después. De este modo Hades fue hecho prisionero y permaneció como tal en casa de Sísifo durante algunos días, hasta que por fin Ares llegó y, apresuradamente lo líberó y puso a Sísifo entre sus garras.
Sin embargo, Sísifo se reservó otro truco. Antes de descender al Tártaro, dio órdenes a su esposa Mérope de no enterrarle; cuando llegó al palacio de Hades se dirigió inmediatamente a Perséfone y le dijo que, como no había sido enterrado, no tenía ningún derecho de estar allí, sino que deberían haberle dejado al otro lado de la laguna Estigia.
Y Sísifo suplicó: Déjame regresar al mundo superior para arreglar mi entierro y vengarme de la desatención que me han mostrado. Mi presencia aquí no es conforme con la ley. Regresaré antes de que pasen tres días.
Perséfone se dejó engañar y le concedió su ruego, pero en cuanto Sísifo volvió a encontrarse bajo la luz del Sol, faltó a la promesa hecha a Perséfone. Finalmente Hermes fue enviado a hacerle regresar por la fuerza.
Entonces se le dio a Sísifo un castigo ejemplar. Los jueces de los muertos le enseñaron un enorme bloque de piedra y le ordenaron que lo hiciera rodar cuesta arriba hasta la cima de un monte, dejándolo caer por la otra ladera. Nunca a logrado hacerlo, cuando está apunto de alcanzar la cumbre, se ve obligado a retroceder, por el peso de la roca, que vuelve a caer dando saltos hasta abajo del todo; y allí, abatido por el cansancio, la recoge y tiene que empezar de nuevo, aunque el sudor baña sus brazos y piernas, y una nube de polvo se alza sobre su cabeza.
Mérope, sintiéndose avergonzada por ser la única Pléyade con un marido en el mundo subterráneo, abandonó a sus seis hermanas estrelladas en el firmamento nocturno y no se la ha vuelto ha ver jamás.

Sísifo cargando con la piedra sobre sus hombros

Unidad 11 - Orfeo y Eurídice

Orfeo era hijo de Calíope, musa de la elocuencia y de Apolo y, por lo tanto, nieto de Zeus. Poseía el don de la poesía y de la música, por lo que se convirtió en el músico más extraordinario de todos los mortales y con su canto, deleitaba a todas las criaturas de la naturaleza.
Se enamoró perdidamente de Eurídice, una bella ninfa de los valles de Tracia y se casó con ella.
Todos a su alrededor parecían festejar su amor con la misma alegría viendo a los amantes paseando felices por la verde pradera.
Sin embargo, la adversidad los acechaba en el camino y se ensañaría con ellos. Una serpiente venenosa mordió a Eurídice, en su intento de escapar de Aristeo, el hijo de Apolo, que intentaba poseerla; así pues dejando escapar un grito de su garganta cayó herida de muerte.
Orfeo, desesperado, trató inútilmente de ayudarla, pero ya era tarde; el veneno se había esparcido por todo su cuerpo sin darle tiempo a nada e irremediablemente al poco tiempo murió en sus brazos.
Orfeo no pudo recuperarse de su profunda pena y toda la naturaleza lo acompañó en su dolor; las aves con sus agudos lamentos y los árboles emitiendo extraños y lúgubres sonidos con sus follajes.
No pudiendo soportar tanto dolor, Orfeo decidió bajar al Hades decidido a recuperar a su amada.
Acompañado por el barquero Caronte, atravesó la laguna Estigia; e iluminándose con una antorcha se hundió en la oscuridad de la morada de los muertos.
Lo acompañaron en su travesía los macabros sonidos de los fantasmas errantes, que no lo desanimaron, pues tan decidido estaba de hallar a su amada.
Encontró los rostros ajados de las Furias, y el Can Cerbero que custodiaba el palacio de Hades (Plutón) y Perséfone (Proserpina), los señores de los muertos que gobernaban el inframundo desde sus tronos.
Se postró a sus pies y tomando su lira comenzó a cantar una hermosa canción sobre su perdida amada.
Todos los presentes lloraron al compás de su triste canto y los reyes se apiadaron de él.
Eurídice fue llamada para que se presentara en el salón del trono y al encontrarse ambos amantes se abrazaron.
Hades permitió a Eurídice regresar al mundo de los vivos pero con una condición, que Orfeo no girase su cabeza para mirarla en su viaje de regreso, debiendo confiar en que ella lo estaría siguiendo.
Orfeo, regresó por el mismo camino lúgubre que le había conducido hasta el palacio de Hades, atravesando de nuevo la laguna Estigia y las macabras y oscuras sendas, rodeado de aullidos y lamentos.
Una vez Orfeo pudo ver la fuerte luz del Sol que anunciaba la salida, ambos se apresuraron a salir de la caverna.
Una vez fuera, Orfeo no pudo evitar darse la vuelta para volver a ver el rostro de su Amada, Eurídice aún tenía uno de sus pies apoyado sobre el suelo de la sombría y oscura gruta, cuando la condición de Hades decía que ambos tenían que estar iluminados en su totalidad por la luz del Sol.
Ni bien sus ojos llegaron a posarse en el bello rostro de la muchacha, cuando esta desapareció de nuevo entre las sombras para siempre.
Orfeo quiso seguirla pero espectros fantasmales le impidieron el paso. Desalentado, subió hasta lo alto de una colina y allí comenzó a llorar desconsoladamente.
Su lamento se fue convirtiendo en una triste melodía que atrajo a todos los animales del lugar, que mientras lo escuchaban trataban de protegerlo del fuerte viento y las inclemencias del tiempo.
Se cuenta que, a raíz de la pérdida de su esposa, ya no quiso volver a saber nada de las mujeres y decidió hacer de los hombres su elección en el amor. Esto no gustó demasiado a las Ménades, con las que en otros tiempos había retozado durante los ritos en honor a Baco.
Enloquecidas y despechadas se abalanzaron sobre Orfeo y entre todas lo despedazaron, aunque dejaron intacta su cabeza y su lira, que fueron arrojadas a un río, el Hebro, que las llevó hasta el mar mientras seguían emitiendo su triste melodía. La cabeza seguía pronunciando el nombre de Eurídice.

Eurídice muere en brazos de Orfeo
Hades y Perséfone permiten a Eurídice regresar con Orfeo
Orfeo y Eurídice en su viaje de regreso al mundo de los vivos
Eurídice regresa al inframundo

lunes, 3 de febrero de 2014

Unidad 10 - Prometeo y Pandora

Prometeo era un Titán hijo de Jápeto y Clímene, sobrino de Crono y primo hermano de Zeus. Prometeo era benefactor de la humanidad, ya que el hombre tenía que sobrevivir con gran dificultad.
El primer engaño de Prometeo a Zeus fue conseguir quitar la carne del sacrificio de un toro y entregársela a los hombres, que pasaban hambre; y a Zeus le entregó los huesos y la piel del animal. Zeus, entonces irritado, ordenó a su hijo Hefesto modelar con barro a una mujer, Pandora, a la que algunos dioses dieron dones: Belleza, inteligencia, persuasión, etc. Pandora fue enviada a Epimeteo, hermano de Prometeo, el cual se casó con ella y tuvo hijos. La hija de Epimeteo y Pandora, Pirra se casó con Deucalión, hijo de Prometeo. Pero antes los dioses entregaron a Pandora una caja que contenía todos los males del universo, y le dijeron que no la abriera. Pandora, invadida por la curiosidad, la abrió para ver que contenía y todos los males se derramaron por la Tierra, aunque consiguió cerrar la caja dejando uno de los males dentro, la esperanza. Otra versión menos conocida dice que la caja contenía todos los bienes y que cuando Pandora la abrió, todos ellos volaron hacia el Olimpo de vuelta con los dioses, salvo la esperanza que quedó encerrada dentro de la caja. Prometeo, decidido a acabar con el infortunio de la humanidad, robó el fuego a Zeus, lo ocultó en una caña y lo entregó a los hombres. Zeus castigó a Prometeo haciendo que fuera encadenado a una roca. Un águila acudía de noche y le comía las entrañas que se le regeneraban de día.
Y para los humanos, Zeus provocó un diluvio universal que acabaría con todos ellos. De nuevo, Prometeo ayudó a los seres humanos dando consejos a Deucalión y Pirra. Estos construyeron un gran barco en el que permanecieron durante el diluvio nueve días y nueve noches. Posteriormente, plantando piedras en la tierra nacieron los nuevos seres humanos.

Pandora abriendo la caja
Prometeo robando el fuego de Zeus


Prometeo sufriendo su castigo

Unidad 9 - El reino del Hades

Para los griegos, los infiernos no eran el lugar donde moraban aquellos que habían merecido un castigo para toda la eternidad, sino el lugar donde residían todos los muertos. Ahora bien, no todos iban al mismo sitio dentro de los infiernos: Los condenados iban a lo que era el infierno propiamente dicho, mientras que las almas nobles y generosas disfrutaban de los placeres de los Campos Elíseos, una especie de paraíso lleno de verdor, coloridas flores y apetitosos frutos.
En este reino se encontraba también el Tártaro, tenebroso lugar donde habían sido encerrados los Cíclopes y los Titanes junto a los condenados a sufrir torturas eternas.
Sobre este reino de sombras gobernaba Hades (Plutón), hermano de Zeus (Júpiter), pues fue la parte que le correspondió en el reparto del universo cuando vencieron a Crono. Hades era un dios oscuro, mas bien poco sociable, pero eso no significaba que fuera un dios siniestro o malvado: Lo que ocurría, simplemente, era que sus dominios, llenos de difuntos, no se prestaban demasiado a la alegría.
Para llegar hasta el Hades era necesario atravesar un brazo de la laguna Estigia que en ese lugar formaba un río. Cuando los muertos llegaban allí, eran recogidos por un barquero, Caronte, que los cruzaba hasta la otra orilla cobrándoles a cambio una moneda de oro. Por eso los griegos y romanos enterraban a sus difuntos con una moneda dentro de la boca, que les serviría para pagar este viaje.
Después de cruzar el río, aparecía la puerta del Hades; un portón custodiado por un terrible guardián: El Can Cerbero.
Una vez dentro, el recién llegado era juzgado por un tribunal de tres jueces, que decidían si se le condenaba a vagar en las tinieblas infernales como una sombra triste y olvidada o se les permitía disfrutar de una eterna primavera en los Campos Elíseos.
En el Tártaro solían vagar las Furias, terribles seres encargados de hacer cumplir los castigos de los condenados.
También se hallaban en el Hades las Parcas, tres hermanas cuyo trabajo era hacer girar una rueca, ya que se encargaban de manejar los hilos del destino de los hombres, cortándolos con sus tijeras cuando llegaba su hora.