domingo, 1 de junio de 2014

Unidad 20 - Meleagro y Atalanta

En Calidón, país de Etolia, el rey Eneo y su esposa, Altea, tuvieron un hijo llamado Meleagro. Cuando el bebé no tenía ni una semana, llegaron a la casa las Parcas, que mirando al recién nacido, profetizaron así:
-"Será un hombre bueno como su padre".
-"Será un héroe reconocido en todo el mundo".
-"Vivirá hasta que se consuma la tea del hogar".
El oído de su ansiosa madre captó estas palabras y, no antes de que las misteriosas hermanas se fueran, se levantó de su cama par coger la tea, la apagó en agua y la escondió entre los mayores tesoros secretos.
Meleagro fue uno de los héroes que se dirigió con Jasón a buscar el vellocino de oro, y cuando volvía a casa otra hazaña le estaba esperando: Matar al jabalí de Calidón.
En ausencia de su hijo, el rey Eneo se había ganado la ira de una diosa. Para agradecer un año próspero en frutos, ofreció en el altar de Demeter maíz, a Dioniso vino y as Atenea aceite; pero se olvidó de Artemis, por lo que esta se vengó del mortal que no la había honrado: Envió a su país un monstruoso jabalí de ojos brillantes y dientes espumosos, sus cerdas fuertes y afiladas como puntas de espada, sus colmillos largos como los de un elefante, su respiración tan fiera como la de un hombre sobresaltado, y la bestia rompía en estruendos a través de los bosques.
Dondequiera que estuviera todo lo destrozaba: Las cosechas pisoteadas, los rebaños dispersos con sus estampidas, los pastores huían de sus rebaños y los agricultores no se arriesgaban a salir para recoger el fruto de sus viñas y olivos, dejándolos colgados en ele aire. Así que cuando Meleagro fue a casa de Colco, se encontró la tierra de su padre devastada por el terrorífico monstruo. Enseguida reunió a un grupo de cazadores y sabuesos para rastrear en su guarida como ningún hombre lo había hecho.
Entre los cazadores había una mujer, Atalanta, de quien se contaban historias extrañas. Su padre también era rey y había esperado un hijo como Meleagro para que fuese su heredero, así que cuando nació su hija, en su enfado abandonó a la niña en una montaña salvaje para que muriese; pero la niña fue amamantada por una osa y creció fuerte y hábil en el manejo del arco y de la lanza. Pocos jóvenes podían superarla en fuerza y coraje.
Cuando encontraron al jabalí, todos se lanzaron a por él con redes y perros, pero la primera lanza que alcanzó al jabalí fue la de Atalanta. El jabalí se precipitó sobre ellos como un trueno, pero cuando parecía que los hombres iban a perder la batalla entre su embestida, una flecha de Atalanta dio en el jabalí que otra vez se paró desvalido por el dolor, y el resto de los hombres, avergonzados de ser superados por una mujer, enseguida se centraron en el ataque. El monstruo se echó a tierra a causa de las heridas que tenía, y murió cuando Meleagro le clavó su espada hasta la empuñadura. Cortaron la cabeza del jabalí y quitaron las cerdas, y Meleagro dio estos trofeos a Atalanta, ya que era la única que lo merecía al dar el fatal golpe. Pero algunos cazadores no estaban de acuerdo con esto, entre ellos los dos hermanos de Altea y tíos de Meleagro. Estos se pelearon con Meleagro y acabaron muertos a los pies de su sobrino.
Cuando las noticias de la muerte del jabalí llegaron a Altea, esta salió al templo para dar gracias, pero en el camino se encontró con el séquito mortuorio que llevaba a sus dos queridos hermanos a la pira funeraria. Cuando supo que su hijo los había matado, lo maldijo y sacó la tea apagada que llevó al altar donde estaba el fuego del sacrificio y la arrojó a la llama. Cuando vio la consecuencia de su venganza, la desconsolada madre terminó sus días muriendo con sus hermanos.
Meleagro murió cuando regresaba a casa trayendo el triunfo y el botín de la gran caza. Así se cumplió el decreto de aquellas hermanas fatales que vieron su nacimiento.
Atalanta regresó a sus lugares salvajes, cuidando de no unirse con hombres desde que murió aquel que había conmovido su corazón. Pero su padre se enteró de esta promesa y procuró conseguirle un hombre que fuese el heredero de su reino.
Había muchos pretendientes que querían casarse con esa bella mujer, pero ella insistía en sus negativas. Por fin accedió ante las presiones de su padre, pero con una condición: El pretendiente tendría que ganarla en una carrera. El pretendiente debía correr desnudo y sin armas, y ella llevaría una lanza para matarlos si resultaban derrotados por ella.
Hipomenes era uno de tantos pretendientes pero, antes de participar en el concurso, imploró el favor de Afrodita y la diosa le dio tres manzanas de oro para que las llevara en sus manos cuando corriese, y lo que tenía que hacer con ellas dependía del conocimiento del corazón de la mujer más que del ingenio del hombre.
La carrera comenzó, y antes de que Atalanta lograra alcanzar a Hipomenes, este tiró una de las manzanas para entorpecer la carrera de su rival. Tentada por la curiosidad, Atalanta se paró para recoger la manzana, mientras que Hipomenes avanzó un poco más. Cuando ella volvió a alcanzarlo, Hipomenes tiró otra manzana y ella se volvió a parar a recogerla. Lo mismo ocurrió con la tercera manzana. De esta forma ganó Hipomenes la carrera cuyo premio era casarse con Atalanta. Pero poco duró al fortuna del joven, ya que se olvidó de agradecer a Afrodita su ayuda.
Afrodita mostró la ofensa a Rea, la poderosa madre de los dioses, que transformó al corredor y a su prometida en un par de leones, enganchados a su carro cuando ella lo cogía en medio de un estruendo de cuernos y platillos.

Hipomenes y Atalanta

No hay comentarios:

Publicar un comentario