lunes, 3 de febrero de 2014

Unidad 9 - El reino del Hades

Para los griegos, los infiernos no eran el lugar donde moraban aquellos que habían merecido un castigo para toda la eternidad, sino el lugar donde residían todos los muertos. Ahora bien, no todos iban al mismo sitio dentro de los infiernos: Los condenados iban a lo que era el infierno propiamente dicho, mientras que las almas nobles y generosas disfrutaban de los placeres de los Campos Elíseos, una especie de paraíso lleno de verdor, coloridas flores y apetitosos frutos.
En este reino se encontraba también el Tártaro, tenebroso lugar donde habían sido encerrados los Cíclopes y los Titanes junto a los condenados a sufrir torturas eternas.
Sobre este reino de sombras gobernaba Hades (Plutón), hermano de Zeus (Júpiter), pues fue la parte que le correspondió en el reparto del universo cuando vencieron a Crono. Hades era un dios oscuro, mas bien poco sociable, pero eso no significaba que fuera un dios siniestro o malvado: Lo que ocurría, simplemente, era que sus dominios, llenos de difuntos, no se prestaban demasiado a la alegría.
Para llegar hasta el Hades era necesario atravesar un brazo de la laguna Estigia que en ese lugar formaba un río. Cuando los muertos llegaban allí, eran recogidos por un barquero, Caronte, que los cruzaba hasta la otra orilla cobrándoles a cambio una moneda de oro. Por eso los griegos y romanos enterraban a sus difuntos con una moneda dentro de la boca, que les serviría para pagar este viaje.
Después de cruzar el río, aparecía la puerta del Hades; un portón custodiado por un terrible guardián: El Can Cerbero.
Una vez dentro, el recién llegado era juzgado por un tribunal de tres jueces, que decidían si se le condenaba a vagar en las tinieblas infernales como una sombra triste y olvidada o se les permitía disfrutar de una eterna primavera en los Campos Elíseos.
En el Tártaro solían vagar las Furias, terribles seres encargados de hacer cumplir los castigos de los condenados.
También se hallaban en el Hades las Parcas, tres hermanas cuyo trabajo era hacer girar una rueca, ya que se encargaban de manejar los hilos del destino de los hombres, cortándolos con sus tijeras cuando llegaba su hora.

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