lunes, 17 de febrero de 2014

Unidad 14 - Afrodita y Adonis

Había una vez en Asia Menor un rey llamado Tías, el cual había fanfarroneado que su hija Mirra era mas hermosa que la propia Afrodita, diosa del amor y la belleza. Cuando llegó la noticia a oídos de Afrodita, esta se enfado mucho, pues se preguntaba cómo una simple mortal se podía comparar con una divinidad como ella; así pues, se vengó de la inocente muchacha inculcándole un irresistible deseo por su padre. Por ello, y bajo la protección dela oscuridad, Mirra durmió doce noches seguidas con su padre. Pero cuando a la duodécima noche, este descubrió el incesto, armado de su cuchillo, persiguió a su hija con el fin de matarla. Ella, asustada, pidió ayuda a los dioses:
"Oh, dioses, si sois accesibles a los que reconocen su culpa, he merecido y no rechazo el triste suplicio. Pero para no ultrajar viviendo a los vivos y muerta a los muertos, expulsadme de ambos reinos y negadme, una vez transformada, tanto la vida como la muerte".
Así habló a las divinidades y la convirtieron en un árbol, el de la mirra. Tras nueve meses se resquebrajó la corteza y nació un niño, Adonis.
Afrodita, conmovida por la belleza del niño, encargó su cuidado y lo confió temporalmente a la diosa del mundo subterráneo, Perséfone. Pero esta se quedó también prendada de la belleza del muchacho y se negó a devolvérselo a Afrodita. Así pues, se decidió que Zeus y Orfeo  decidieran que diosa  debería quedarse con Adonis. El resultado fue que el joven se quedaría un tercio del año con la diosa de la belleza, otro tercio con Perséfone y el restante tercio lo pasaría donde él quisiese. Sin embargo, Afrodita, consiguió persuadir a Adonis para que permaneciera dos tercios del año con ella, para desagrado de la otra deidad.
Así, poco a poco, Adonis fue creciendo y pronto se convirtió en un hermosísimo joven que pasaba gran parte del día en los bosques practicando su afición favorita, la caza. Afrodita, cautivada por la belleza de aquel muchacho, abandonó sus quehaceres habituales hasta el punto que ni siquiera acudía al Olimpo junto a los otros dioses, ya que antepuso su amor a Adonis a cualquier otra cosa, de tal forma que lo cubría de besos y yacía con él todas las noches. Así pues, en lugar de aumentar su belleza cuidándola, va errante por los montes, por los bosques y por las peñas llenas de matorrales, con la ropa recogida hasta la rodilla, azuzando a los perros y persiguiendo a los animales que ofrecían un botín seguro como conejos, ciervos... En una frase, actúa como si se tratase de la diosa de la caza, Ártemis. Sin embargo, Afrodita, previendo su muerte, intentó ponerle en guardia sobre los peligros que acareaba la cacería:
"Sé valiente con los animales que huyen; contra los audaces, la audacia no proporciona seguridad. Abstente, joven, de ser temerario poniéndote yo en peligro, y no hieras a las fieras a las que la naturaleza les ha proporcionado armas, para que tu gloria no me resulte cara. Ni tu edad ni tu hermosura ni las cosas que han conmovido a Afrodita conmoverán a los leones o a los jabalíes, ni a los ojos o los ánimos de las fieras. Los fogosos jabalíes tienen un rayo en sus curvos colmillos, tienen empuje y enorme cólera los rojizos leones y son un linaje odioso para mi. Así pues, tú, querido mío, huye de éstos y de todo tipo de fieras salvajes, que no se vuelven para huir sino que, por el contrario, te hacen frente, a fin de que tu valor no sea perjudicial para los dos".
Después de aconsejarle todo esto, subió en su carro tras uncir los cisnes que tiraban de él y se elevó desapareciendo en el cielo. Sin embargo el valor se alza en contra de los consejos. Casualmente los perros, siguiendo la huella de una presa segura, hicieron salir de su escondrijo a un jabalí y el joven lo atravesó ensartándolo con su lanza, mientras intentaba salir del bosque de forma desesperada; al instante el malherido animal sacudió el venablo teñido de sangre con su curvo hocico y el feroz jabalí comenzó a perseguir a Adonis, que intenta como puede escapar de la fiera. Sin embargo, el animal le clava todos sus dientes bajo la ingle y lo derriba moribundo en la rojiza arena.
Afrodita aún no había llegado a su destino cuando reconoció desde lejos el gemido de su amante que ya estaba a punto de expirar, por lo que cambió la dirección de sus blancas aves hacia allí y, cuando desde lo alto del cielo lo vio sin vida rodeado por su propia sangre, saltó y salió corriendo hacia donde se encontraba Adonis. La diosa sin mirar donde pisaba, se clavó una espina en el pie, y su sangre dio color a las rosas, que antes eran blancas; a partir de lo cual, la rosa se volvió roja. Una vez junto a su amado, se arrodilló junto a él, mesándose sus cabellos y golpeando su pecho, quejándose de su destino. Allí permaneció mucho tiempo lamentando la muerte de Adonis.
Se dice que Afrodita roció con néctar la sangre derramada, la cual se hinchó y tras una hora surgió una flor del mismo color de la sangre, la anémona. Sin embargo, la vida de esta nueva planta es corta, como el periodo de tiempo que la diosa pudo disfrutar del amor del joven, pues el viento la arranca por su falta de peso.
Afrodita, en honor de su amante, instituyó una fiesta fúnebre, que las mujeres celebran todos los años en primavera: En vasos, cajas o en cualquier otro recipiente plantaban semillas, que regaban con agua caliente para que brotasen rápidamente. Estas plantaciones se llamaron jardines de Adonis. Las plantas, así forzadas, morían al poco tiempo de haber salido de la tierra, simbolizando la suerte que corríó adonis, y las mujeres prorrumpían en lamentos rituales por el destino del joven amado de la diosa Afrodita.

Adonis
Afrodita rogándole a Adonis que tenga cuidado
Adonis y el jabalí

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