Píramo y Tisbe habían crecido juntos en la
ciudad de Babilonia, en Mesopotamia, viviendo toda su vida en casas
adyacentes. Su amor era conocido desde siempre por sus padres, que no
les permitían casarse ni tener contacto. No obstante, una grieta en la
pared les permitía comunicarse y decirse palabras de amor en secreto.
Una noche decidieron salir y encontrarse a escondidas junto a una
morera, a las afueras de la ciudad. Tisbe fue la primera en salir,
cubierta con un velo para pasar desapercibida. Pero mientras esperaba
junto a la morera la llegada de Píramo, una leona sedienta se acercó con
el hocico aún cubierto de sangre, después de haber devorado a un buey,
para beber en un manantial cercano. La joven huyó aterrada hasta una
cueva cercana, pero perdió el velo. La leona se acercó y olió el velo,
manchándolo con la sangre del buey. Poco después llegó Píramo y,
descubriendo las huellas de la leona junto al velo ensangrentado, no
pudo aguantar la desesperación. Creyó que la sangre era de Tisbe que
había sido devorada y se clavó su propia espada junto a la morera,
inundando el suelo y las raíces con su sangre y haciendo que los frutos
blancos se volviesen rojos desde entonces.
Poco después apareció Tisbe y, al encontrar el cuerpo de su amado
junto al velo, supo de inmediato lo que había ocurrido. Descorazonada,
se clavó la espada de Píramo mientras pedía descansar eternamente junto
a su amado y que el fruto se volviese negro en su memoria. Los dioses
escucharon su último deseo y se lo concedieron. Los padres de Píramo y
Tisbe quemaron sus restos en la misma urna.Tisbe encuentra el cuerpo sin vida de Píramo y se clava su espada |
Tisbe escucha por la grieta a Píramo |
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