jueves, 19 de junio de 2014

Unidad 23 - Perseo

Acrisio, rey de la Argólida, se puso muy contento cuándo su mujer dio a luz una niña llamada Dánae y fue a un oráculo para conocer su futuro. El oráculo le predijo que moriría a manos de su nieto y para evitarlo, Acrisio decidió que su hija no se casaría. Cuando creció, la encerró en una torre de bronce, vigilada por guardias. Las precauciones del rey fueron muy eficaces para los hombres, pero no para los dioses.
Una noche Zeus, en forma de lluvia de oro, fue en secreto a hacerle una visita. Lo único que encontraron los guardias fue un insólito rayo de luna sobre la torre, y el viento que soplaba más fuerte entre los árboles. Fue así como Dánae tuvo un hijo llamado Perseo.
Acrisio estaba furioso, acordándose del oráculo. Llamó a su hija y le dijo: "Me has engañado y tienes que irte". A lo que ella le respondió: "El niño no tiene la culpa de haber nacido; échame de casa si quieres, pero deja a Perseo donde pueda ser criado". Acrisio no respondió, estaba conmovido, pero no tenía elección y ordenó a sus criados que su hija y el niño fueran llevados al mar, encerrados en un arca de madera y dejados a la deriva. Si agua y alimento no podrían sobrevivir. Pero el arca fue llevada por las olas a la isla de Serifos, donde Dictis, hermano del rey de la isla, Polidectes, los acogió.
Perseo fue creciendo y solo una cosa le hacía infeliz: El rey Polidectes quería casarse con su madre pero esta no lo deseaba, y el joven se puso de su parte. Polidectes pensó en librarse de Perseo para convencer después a la madre con más facilidad:
"Tengo que contarte una cosa -dijo Polidectes con expresión amistosa. Los jóvenes deben demostrar su virilidad. La gente murmura que pasas demasiado tiempo con tu madre entre mujeres y que no eres muy valiente".
"Si murmurasen eso, dime qué tengo que hacer -dijo Perseo sabiendo que aquello no era verdad".
"Si matases a Medusa y trajeses su cabeza, demostrarás que nada te asusta - contestó Polidectes".
Al oír esto, Perseo comprendió el peligro. La Medusa era un monstruo que habitaba en el extremo norte con garras y colmillos de león y con la cabeza llena de serpientes venenosas. Quien la miraba al rostro quedaba petrificado. Pero Perseo no podía rechazar el desafío:
"Iré y te traeré la cabeza del monstruo -dijo el valiente muchacho".
Zeus los estaba observando desde lo alto y, orgulloso de su hijo, dijo a los otros dioses que lo ayudasen. Hades le regaló un yelmo que lo hacía invisible y, Hermes unas sandalias aladas para caminar veloz; pero el mejor regalo fue el de Atenea, que le dio un escudo tan bruñido que parecía un espejo, y le dijo:
"Al llegar, mira a la Medusa reflejada en el escudo, porque si la miras directamente te convertirás en piedra".
La Medusa vivía en el extremo norte, donde el sol salía y se ponía una vez al año. Perseo se puso las sandalias aladas de Hermes y, al llegar, se armó de una hoz afilada y se acercó a la guarida de la Medusa. Tomó el escudo y empezó a andar hacia atrás, de forma que las imágenes que se reflejaban en el escudo le servían de guía. Avanzó con cautela pero tropezó en una piedra y la Medusa se despertó. En la superficie del escudo vio Perseo al monstruo en todo su peligro: La boca desmesuradamente abierta, los ojos llameantes... Se detuvo y, también la Medusa pareció detenerse unos instantes, maravillada de que el hombre que estaba ante ella no se hubiera transformado en piedra. Luego comenzó a moverse, mientras las serpientes de su cabeza despedían horrendos silbidos. Perseo esperó hasta que notó el calor de la respiración del monstruo en su hombro. El escudo reflejaba la boca con sus enormes dientes. Fija su mirada siempre en el escudo, asestó un tajo con todas sus fuerzas. Se oyó un grito sobrehumano y todo volvió a quedar inmóvil. También Perseo quedó inmóvil pues la Medusa conservaba el poder de petrificar incluso después de muerta. El horrible monstruo yacía con la cabeza separada del cuerpo y de la Medusa había nacido el caballo alado Pegaso y un monstruo, Criasor, hijos ambos de un amor anterior de la Medusa con Posidón.
Guardó la cabeza de la Medusa en una alforja y se la echó al hombro, dispuesto para el viaje de regreso. Para atravesar el mar se puso otra vez las sandalias aladas de Hermes y se mantuvo próximo a la costa para no equivocar el camino. Después de muchos kilómetros, en una roca vio una bellísima muchacha, encadenada a la roca por las muñecas y tobillos. No llevaba nada encima, salvo una cadenita con joyas al cuello. Perseo la cubrió con su capa, y mientras intentaba librarla, ella le contó su historia: Era Andrómeda, hija de Cefeo, rey de Etiopía. Su madre se había atrevido a jactarse de su belleza y de la de sus hijas, asegurando que era superior a las Nereidas, que vivían en las profundidades del mar.

Dánae recibiendo la lluvia de oro

Perseo con la cabeza de la medusa

Perseo liberando a Andrómeda

domingo, 1 de junio de 2014

Unidad 22 - Hermes (Mercurio)

Hermes, a quien los romanos llamaron Mercurio, era el encargado de llevar los mensajes de Zeus. Inquieto, espabilado y un poco travieso, viajaba por el Olimpo y por la Tierra cumpliendo los encargos del supremo dios, cosa que hacía con gran rapidez gracias a que llevaba siempre unas sandalias aladas que lo transportaban de un lugar a otro volando. Quizá porque andaba tanto los caminos llevando y trayendo recados, fue considerado el dios de los comerciantes.
Hermes, hijo de Zeus y Maya, y nieto de Atlas, fue desde su nacimiento un auténtico niño prodigio: Nacido al alba, a mediodía ya había escapado de su cuna y se había ido por ahí a corretear. Viendo que el dios Apolo guardaba un rebaño de vacas sagradas, decidió robárselas, pero se las ingenió para dejar pistas que despistaran a quien lo buscase: Se puso las sandalias al revés y fue dejando huellas que marcaban el camino contrario al que él había seguido. Por esta hazaña fue considerado también el dios de los ladrones. Cuando llegó a la cabaña en la que había tenido lugar su nacimiento, escondió el ganado e inventó un nuevo instrumento musical, la lira, que fabricó con un caparazón de tortuga, unas cañas y siete cuerdas hechas de intestinos de vaca. Apolo, mediante sus dones adivinatorios, supo quien lo había robado, y corrió a buscar al ladrón. La madre, desconsolada, insistía en que era imposible que el niño pudiera haber hecho eso. Pero Apolo, que conocía la verdad, cogió al pequeño y lo subió al Olimpo para presentar sus quejas ante Zeus.
-Padre Zeus,este tunante me ha robado mi ganado sagrado. Exijo que lo castigues.
-Pero Apolo, ¿Cómo va a ser este niño un ladrón de ganado? ¿No ves que es muy pequeño? Vamos a ver chiquillo, declara tu inocencia y yo no tendré nada más que decir.
-Pues es que lo que dice Apolo es cierto. Yo le he robado las vacas esta tarde, pero solo he sacrificado dos, y ha sido para ofrecérselas a los dioses. Las he partido en doce trozos como ofenda a los doce dioses.
-¿Cómo que doce dioses? ¡En el Olimpo somos once! ¿Quien es el duodécimo dios?
- Pues yo, claro. Y os aseguro que solo me he comido mi parte.
El descaro del pequeño hizo tanta gracia a Zeus que le perdonó. Por su parte, Apolo acabó perdonándolo también, ya que Hermes le regaló la lira para compensarle por el robo, y fue precisamente la lira el instrumento favorito del dios de la luz.
Zeus, cuando convirtió a Hermes en su mensajero, le regaló las sandalias con alas que fueron características de este dios, un sombrero redondo para resguardarse y un bastón llamado caduceo; este bastón con dos serpiente enroscadas en él, fue considerado un símbolo de paz.
A un dos tan inteligente como Hermes se le atribuyen multitud de inventos: La astronomía, el alfabeto, la gimnasia, la escala musical y los pesos y medidas.
También a veces hacía de mensajero de Hades, y procuraba avisar con dulzura a aquellos que les tocaba realizar su último viaje; por esta función se le da el nombre de Hermes Psicopompo.
Como mensajero de los dioses participó en múltiples leyendas:
-Fue él quien mató a Argos, que vigilaba por encargo de Hera a Ío, el amor de Zeus.
-Llevó a Dioniso niño ante las Ninfas para que éstas lo cuidasen.
-Bajó a Pandora con su caja a la tierra para que fuese la perdición de los hombres.
No se le conocen muchos amores, pero sí mantuvo una relación con la diosa Afrodita de la que nació un niño al que pusieron un nombre que era parte del de la madre y parte del padre, llamado Hermafrodito. Este muchacho, de gran belleza, despertó al amor de una ninfa mientras se bañaba desnudo en una fuente; tal fue la pasión de la ninfa que se metió tras él en el agua, suplicándole amor con infinitos besos y caricias. Pero de nada servían sus ruegos, Hermafrodito se mostraba arisco y no quería saber nada de su amor. La ninfa pidió un deseo:
-¡Oh, dioses! ¡Haced que nada ni nadie pueda separarme nunca de él! Entones, poco a poco, los dos cuerpos se fundieron uno en otro, hasta formar un ser que era la suma de los dos: Una cara entre femenina y viril, un cuerpo entre la dureza varonil y la turgencia de la mujer, y los dos sexos. Sus padres, Afrodita y Hermes, hicieron que la fuente dónde había ocurrido aquella transformación tuviera la propiedad de hacer cambiar de sexo a quien bebiera de sus aguas. En la actualidad, la palabra hermafrodita designa a los seres vivos que reúnen los dos sexos.
Además de Hermes, hubo otra divinidad mensajera, Iris, la ligera diosa alada que sube y baja del Olimpo por el arco de siete colores que se forma después de la lluvia, el arco iris, y que parece unir el cielo con la tierra.

Hermes (Mercurio)
Hermafrodito y la ninfa Salmacis

El caracol es un animal hermafrodita

La diosa Iris

Unidad 21 - Posidón (Neptuno)

Posidón, el hermano de Zeus e hijo de Crono y Rea, había aceptado a regañadientes la parcela de poder que le había tocado en el reparto del Universo. Él tenía el dominio sobre los mares, y hubiera preferido el del Olimpo. Por eso y por el mal carácter de Zeus, en los primeros tiempos, los dos hermanos anduvieron peleándose, y Posidón incluso llegó a rebelarse contra el dios olímpico, por lo que tuvo que sufrir un castigo de destierro en Troya construyendo junto con Apolo las murallas de la ciudad.
Pero después las relaciones se normalizaron y, Posidón se acostumbró a sus dominios marítimos. Fue para los griegos un dios muy importante, ya que el mar el Grecia significaba vida, comunicación y riqueza: En efecto, en un país tan montañoso, los caminos por tierra eran tremendamente difíciles, mientras que el mar, que lo rodeaba en su mayor parte y en el que se levantaban un sinfín de islas, era el medio preferido para desplazarse, comerciar, explorar nuevas tierras y procurarse el alimento. Por eso Posidón era un dios venerado y a la vez temido, puesto que era él quien, cuando se enfadaba, provocaba las tempestades, haciendo naufragar las frágiles naves. Se pensaba que era su cólera la que causaba los terremotos, porque los griegos creían que se originaban en el fondo del mar.
Posidón tenía un palacio de oro en el fondo del mar, en el que vivía con su mujer Anfítrite, una ninfa de las agua que tenía medio cuerpo en forma de pez. Como tenía fama de colérico, ella al principio no quería vivir con él; pero el dios, que deseaba convertirla en su mujer y demostrarle que siempre estaría enamorado, consiguió al fin atraerla. Para ello se valió de un mensajero muy especial, un delfín alegre y muy simpático que le llevaba toda clase de recados de amor, hasta que Anfítrite se dejó convencer y se marchó con Posidón a reinar sobre las aguas.
La vida de los esposos era sosegada y feliz; muy a menudo recorrían los mares organizando un vistoso cortejo. Primero salía Posidón, sobre su carro de oro tirado por hermosos caballos; Anfitrite tenía también un precioso carro de conchas y coral, tirado por caballitos de mar. A su alrededor se colocaban las ninfas de las aguas, las numerosas hermanas de Anfítrite, que se llamaban Nereidas y eran unas divinidades muy generosas: Montadas sobre delfines y caballitos de mar, ayudaban a los marineros a surcar las aguas y a llegar sanos y salvos a tierra.
A la cabeza del cortejo se situaba el hijo de los soberanos, Tritón, que también tenía medio cuerpo en forma de pez. Su misión era anunciar la llegada de sus padres, los dioses del mar, haciendo sonar una caracola marina. Con esta caracola se encargaba de hacer volver las aguas a su cauce cada vez que su padre, en un arrebato de ira, las hacía crecer e inundar cuanto encontraba a su paso.
El arma preferida de Posidón era el tridente, regalo de los Cíclopes para luchar contra Cronos. Con este tridente provocaba las tempestades, moviendo las aguas a su antojo en mitad de las tormentas. También lo usaba para hacer nacer fuentes: Daba un golpe con él en la tierra y en el acto brotaban manantiales de agua fresca. A la hora de provocar tormentas marinas, Posidón contaba con la ayuda de Eolo, el dios que hacía soplar a los vientos según las indicaciones que le daba el dios de las aguas. Así tanto podía hacer rugir a Boreas o Aquilón, los helados vientos del norte, como hacía que Euros descargara su asfixiante y húmedo aliento, o bien dejaba que la suave brisa del Zéfiro acariciara las velas de los barcos y rizara dulcemente las olas. También podía en un momento dado, encerrar a todos los vientos en un odre y mantener el mar en la calma más absoluta.
Tuvo Posidón numerosas aventuras, de las que nacieron en general seres monstruosos e irascibles como el cíclope Polifemo a quien Ulises cegó su único ojo; pero el hijo más elegante y vistoso fue el caballo alado Pegaso, que tuvo con la Medusa y que salió de su cuerpo cuando Perseo le cortó la cabeza. Fue también el padre del héroe Teseo, que mató al Minotauro.
Peleo con los dioses y diosas por ser reconocido patron de deistintas ciudades y en general perdió siempre: Contra Apolo perdió Corinto, contra Hera perdió Argos y la pérdida que más le dolió fue la de Atenas contra Atenea, pero era el señor de la mítica isla "La Atlántida".
Son frecuentes sus intervenciones en los asuntos humanos entre las que cabe destacar su participación en la Guerra de Troya: La odisea de diez años de Ulises, como castigo por habérsele enfrentado y haber cegado a su hijo Polifemo; exigió el sacrificio de Andrómeda por haber ofendido a las Nereidas; hizo concebir, como venganza por la ofensa del rey Minos, en Pasífae, su esposa, un amor monstruoso hacia el toro de Posidón que dio lugar al nacimiento del Minotauro.
Los romanos, que al igual que los griegos fueron un pueblo muy dado a hacerse a la mar y recorrer el Mediterráneo de un extremo a otro, adoraron a este dios marino, pero lo llamaron Neptuno.

Posidón (Neptuno) con el tridente

Unidad 20 - Meleagro y Atalanta

En Calidón, país de Etolia, el rey Eneo y su esposa, Altea, tuvieron un hijo llamado Meleagro. Cuando el bebé no tenía ni una semana, llegaron a la casa las Parcas, que mirando al recién nacido, profetizaron así:
-"Será un hombre bueno como su padre".
-"Será un héroe reconocido en todo el mundo".
-"Vivirá hasta que se consuma la tea del hogar".
El oído de su ansiosa madre captó estas palabras y, no antes de que las misteriosas hermanas se fueran, se levantó de su cama par coger la tea, la apagó en agua y la escondió entre los mayores tesoros secretos.
Meleagro fue uno de los héroes que se dirigió con Jasón a buscar el vellocino de oro, y cuando volvía a casa otra hazaña le estaba esperando: Matar al jabalí de Calidón.
En ausencia de su hijo, el rey Eneo se había ganado la ira de una diosa. Para agradecer un año próspero en frutos, ofreció en el altar de Demeter maíz, a Dioniso vino y as Atenea aceite; pero se olvidó de Artemis, por lo que esta se vengó del mortal que no la había honrado: Envió a su país un monstruoso jabalí de ojos brillantes y dientes espumosos, sus cerdas fuertes y afiladas como puntas de espada, sus colmillos largos como los de un elefante, su respiración tan fiera como la de un hombre sobresaltado, y la bestia rompía en estruendos a través de los bosques.
Dondequiera que estuviera todo lo destrozaba: Las cosechas pisoteadas, los rebaños dispersos con sus estampidas, los pastores huían de sus rebaños y los agricultores no se arriesgaban a salir para recoger el fruto de sus viñas y olivos, dejándolos colgados en ele aire. Así que cuando Meleagro fue a casa de Colco, se encontró la tierra de su padre devastada por el terrorífico monstruo. Enseguida reunió a un grupo de cazadores y sabuesos para rastrear en su guarida como ningún hombre lo había hecho.
Entre los cazadores había una mujer, Atalanta, de quien se contaban historias extrañas. Su padre también era rey y había esperado un hijo como Meleagro para que fuese su heredero, así que cuando nació su hija, en su enfado abandonó a la niña en una montaña salvaje para que muriese; pero la niña fue amamantada por una osa y creció fuerte y hábil en el manejo del arco y de la lanza. Pocos jóvenes podían superarla en fuerza y coraje.
Cuando encontraron al jabalí, todos se lanzaron a por él con redes y perros, pero la primera lanza que alcanzó al jabalí fue la de Atalanta. El jabalí se precipitó sobre ellos como un trueno, pero cuando parecía que los hombres iban a perder la batalla entre su embestida, una flecha de Atalanta dio en el jabalí que otra vez se paró desvalido por el dolor, y el resto de los hombres, avergonzados de ser superados por una mujer, enseguida se centraron en el ataque. El monstruo se echó a tierra a causa de las heridas que tenía, y murió cuando Meleagro le clavó su espada hasta la empuñadura. Cortaron la cabeza del jabalí y quitaron las cerdas, y Meleagro dio estos trofeos a Atalanta, ya que era la única que lo merecía al dar el fatal golpe. Pero algunos cazadores no estaban de acuerdo con esto, entre ellos los dos hermanos de Altea y tíos de Meleagro. Estos se pelearon con Meleagro y acabaron muertos a los pies de su sobrino.
Cuando las noticias de la muerte del jabalí llegaron a Altea, esta salió al templo para dar gracias, pero en el camino se encontró con el séquito mortuorio que llevaba a sus dos queridos hermanos a la pira funeraria. Cuando supo que su hijo los había matado, lo maldijo y sacó la tea apagada que llevó al altar donde estaba el fuego del sacrificio y la arrojó a la llama. Cuando vio la consecuencia de su venganza, la desconsolada madre terminó sus días muriendo con sus hermanos.
Meleagro murió cuando regresaba a casa trayendo el triunfo y el botín de la gran caza. Así se cumplió el decreto de aquellas hermanas fatales que vieron su nacimiento.
Atalanta regresó a sus lugares salvajes, cuidando de no unirse con hombres desde que murió aquel que había conmovido su corazón. Pero su padre se enteró de esta promesa y procuró conseguirle un hombre que fuese el heredero de su reino.
Había muchos pretendientes que querían casarse con esa bella mujer, pero ella insistía en sus negativas. Por fin accedió ante las presiones de su padre, pero con una condición: El pretendiente tendría que ganarla en una carrera. El pretendiente debía correr desnudo y sin armas, y ella llevaría una lanza para matarlos si resultaban derrotados por ella.
Hipomenes era uno de tantos pretendientes pero, antes de participar en el concurso, imploró el favor de Afrodita y la diosa le dio tres manzanas de oro para que las llevara en sus manos cuando corriese, y lo que tenía que hacer con ellas dependía del conocimiento del corazón de la mujer más que del ingenio del hombre.
La carrera comenzó, y antes de que Atalanta lograra alcanzar a Hipomenes, este tiró una de las manzanas para entorpecer la carrera de su rival. Tentada por la curiosidad, Atalanta se paró para recoger la manzana, mientras que Hipomenes avanzó un poco más. Cuando ella volvió a alcanzarlo, Hipomenes tiró otra manzana y ella se volvió a parar a recogerla. Lo mismo ocurrió con la tercera manzana. De esta forma ganó Hipomenes la carrera cuyo premio era casarse con Atalanta. Pero poco duró al fortuna del joven, ya que se olvidó de agradecer a Afrodita su ayuda.
Afrodita mostró la ofensa a Rea, la poderosa madre de los dioses, que transformó al corredor y a su prometida en un par de leones, enganchados a su carro cuando ella lo cogía en medio de un estruendo de cuernos y platillos.

Hipomenes y Atalanta